Publicado: Guatemala, 26 de abril del 2024
¿La parálisis política beneficia a los ciudadanos? Jorge Jacobs analiza cómo una alianza oficialista podría amenazar las libertades en Guatemala. Jacobs discute la necesidad de un sistema republicano basado en pesos y contrapesos efectivos.
El domingo 14 de enero me llevé una gran sorpresa cuando vi que la bancada del Movimiento Semilla (MS) había logrado agrupar una “alianza oficialista” lo suficientemente grande incluso para lograr la mayoría calificada. Eso cambiaba completamente el panorama, ya que, de tener una bancada no tan grande, de 23 diputados, de repente, como por arte de magia, pasó a tener una aplanadora. ¿Estábamos condenados a revivir las experiencias pasadas?
Esa noche, revivieron los temores de aplanadoras pasadas. Recordé las épocas donde el presidente hacía lo que quería —para bien o para mal, aunque más para mal— abusando del poder que le confería el tener, en la práctica, pocos límites. Aunque realmente no tuve que retroceder mucho, porque el mismo Giammattei, que tampoco fue electo con una gran bancada, logró tener a su servicio una aplanadora. Y para el mejor —o peor— ejemplo, no hay ni siquiera que viajar en las memorias, solo hay que trasladarse un poco más de 200 kilómetros al este para ver cómo funciona un Organismo Legislativo con aplanadora oficial: se convierte en una simple oficina de trámites presidenciales. Es apenas un trámite burocrático para ponerle un sello de aprobación a lo que se le pueda ocurrir al presidente.
En países como los nuestros, donde lo que tenemos a duras penas puede considerarse como un espejismo de un sistema republicano con clara separación de poderes y pesos y contrapesos que ayuden a limitar el poder, el que una sola persona o un grupo muy pequeño controle dos o incluso los tres poderes del Estado es una de las peores maldiciones que nos pueden suceder a los ciudadanos. Algunos políticos aprovechan ese poder para enseñorearse de la población, otros solo lo utilizan para robar a manos llenas —esto último es lo que más ha abundado en Guatemala— pero, en cualquier caso, quien para pagando los platos rotos —literalmente— es la ciudadanía, a través de la pérdida de su libertad o de sus posesiones, o de ambas.
A toda esa reflexión me llevó esa revelación de enero. Debo confesar que pasé unos días con el estómago revuelto de pensar lo que nos podría sobrevenir. Sin embargo, con el tiempo la angustia ha ido pasando, no tanto porque me acostumbre a las aplanadoras —siempre las consideraré una de las peores amenazas para la ciudadanía—, sino porque la alianza oficialista no ha sido tan eficaz como me temía.
Puede ser que sea por la suspensión del MS, que le ha privado de ejercer directamente el poder en el Congreso, tanto por medio de la Junta Directiva, como por la presidencia de las comisiones de trabajo. Eso los ha obligado a ejercer el poder por interpósita mano, pero resulta que estas “manos” tienen vida e intereses propios, que no siempre son los mismos que los de los diputados del partido oficial.
Las fisuras dentro de la alianza oficialista se sienten cada vez más, al grado que ni siquiera pueden llegar a consensos en las iniciativas que están impulsando y pasan las sesiones del pleno sin mayores avances, por falta de quorum. Y esto para mí es muy bueno. Siempre he sido creyente del dicho “Gridlock is good government” —“la paralización es un buen gobierno”—. Ante la falta de un verdadero sistema republicano con pesos y contrapesos, el que los políticos no se puedan poner de acuerdo es muy bueno para los ciudadanos, porque si lo llegaran a hacer, peligrarían los derechos de todos.
Las razones detrás de esa falta de efectividad pueden ser muchas. Ignorancia, prepotencia, arrogancia, inmadurez, avaricia, envidia, y muchas otras se pueden aducir, pero lo cierto es que, indistintamente de la razón, la alianza no ha logrado avanzar todo lo que quisieran.
Por supuesto que no hay que confiarse, ya que los políticos son de lo más acomodadizos y, en el momento que suficientes intereses se alineen, las iniciativas volverán a avanzar. De allí que, nos guste o no, la espada de Damocles se mantendrá sobre nosotros indefinidamente.