Publicado: Prensa Libre/ Guatemala, 21 de octubre del 2025
¿Qué nos enseñan las parábolas sobre la libertad? Carroll Ríos de Rodríguez explica cómo el padre Robert Sirico, en La economía de las parábolas, revela que la verdadera caridad surge de la libertad individual y no de la coerción estatal.
El que tenga oídos que oiga, dijo Jesús a sus discípulos. Él sabía que muchos de quienes lo escuchaban no comprenden sus mensajes, porque sus corazones se habían endurecido y su mente estaba obnubilada. Y también porque nuestra razón es limitada y no logra penetrar completamente los secretos del Reino de los Cielos. Con personajes simbólicos como el hijo pródigo y los viñadores, Jesucristo nos pinta un vívido retrato salpicado de elementos terrenales que nos son familiares. Nos identificamos con los personajes simbólicos. Recordamos la trama, y la traemos a nuestra memoria una y otra vez; en cada meditación encontramos nuevas pinceladas o luces respecto de Dios misericordioso y nuestra relación con Él y con quienes nos rodean.
El padre Robert Sirico escribe La economía de las parábolas (2024) con plena consciencia de que el mensaje de las parábolas no es económico, sino moral y teologal. Pretende subsanar la poca atención que se ha prestado a las ramificaciones económicas contenidas en las parábolas. Los teólogos y los economistas han dialogado poco, y aunque sus disciplinas tienen distintos fines y metodologías, los conocimientos que aportan unos y otros se complementan. La ventaja de Sirico es que es pastor y economista a la vez. A su criterio, las parábolas ilustran problemas económicos de relevancia actual. Revelan cómo vivimos y cómo debemos de vivir, al punto de que nos sirven como un manual de ética de negocios.
Miremos, por ejemplo, cómo el padre Sirico aborda la parábola del Buen Samaritano. Todos sabemos que el buen samaritano es ejemplo de compasión, pues sufre con la víctima: él emplea sus propios recursos para curar sus heridas, lo carga en su caballo o burro, y lo lleva a una posada donde puede recuperarse. Sirico nota cosas que solemos pasar por alto. El buen samaritano no era un agente del Estado, sino un individuo que actuó por voluntad propia. Nadie lo obligó a proveer esa ayuda ni fue recompensado por su servicio. Utilizó recursos que le pertenecían legítimamente, como su caballo, aceite y monedas, pero además se sacrificó a sí mismo e invirtió su tiempo asistiendo al necesitado. El relato no se enfoca en las dolencias de la víctima, sino en el extranjero bondadoso. El samaritano está dispuesto hasta a endeudarse con el dueño de la posada en caso de que los gastos incurridos en el cuidado del herido excedan el depósito que le deja. Se endeuda, sí, pero también cosecha beneficios intangibles al manifestar su preocupación desinteresada por quien había sido atacado en el camino por criminales. Este es un claro ejemplo de amor, no de activismo político.
Los programas de bienestar del gobierno no constituyen una caridad auténtica, observa Sirico. No involucran una entrega voluntaria y personal. Los programas gubernamentales acarrean varias consecuencias negativas, como desplazar la labor que podrían desarrollar instituciones intermedias al nivel local, generar la expectativa de que estos servicios son derechos y crear una relación de dependencia que mina la dignidad del supuesto beneficiario. Al final, la intervención gubernamental destruye la cultura de solidaridad y la preocupación por el prójimo.
El mero hecho de señalar que muchas de las parábolas se centran en agentes y actividades económicas es ya significativo. En las parábolas vemos a hombres y mujeres que trabajan, compran, venden y poseen propiedades. Tales actividades acontecen en un mercado dinámico en el cual todos participamos, sin que dichas actividades nos impidan desarrollar una cercanía con Dios ni nos cierren las puertas del Cielo. Vale la pena leer este libro del padre Sirico.