Publicado: Guatemala, 22 de abril del 2024
¿Cómo puede el gobierno mejorar la economía? Wilder Villeda reflexiona sobre el rol del gobierno en una sociedad libre. Villeda cuestiona si realmente se necesita de tantas leyes para promover el bien común.
Es bien sabido que la pobreza, la desnutrición y el desempleo constituyen solo algunos de los numerosos desafíos que enfrentan hoy las personas en el mundo. Especialmente en Guatemala, estos problemas han estado presentes, diría yo, desde la fundación de nuestro país. Esto nos lleva a preguntarnos: ¿por qué, después de tanto tiempo, tenemos que seguir luchando contra estos mismos desafíos?
Nuestra Constitución establece que el objetivo supremo del Estado de Guatemala es «la realización del bien común» y asegurar «el desarrollo integral de la persona». Frente a esta declaración, es inevitable preguntarse: ¿ha logrado el Estado cumplir con estas exigencias? Si le hiciéramos esta pregunta a un ciudadano guatemalteco al azar, ¿qué respuesta obtendríamos? Y más importante aún: ¿qué respondería usted?
Hacerse estas preguntas implica una suposición errónea: que el Estado puede, por sí solo, solucionar tales problemas mediante la intervención directa. Aunque es cierto que el Estado juega un papel crucial en la mitigación de tales desafíos, su mejor estrategia debería ser, aunque parezca irónico, limitar su intervención.
Como expresó Milton Friedman, premio nobel de economía, «las funciones básicas del Estado en una sociedad son: proporcionar un medio para modificar las reglas, mediar en las diferencias que haya sobre el significado de las reglas y hacer cumplir las reglas». En su analogía del juego, Friedman expresa que el Estado debe ser un árbitro, umpire, que haga valer las reglas, pero que nunca puede intervenir, bien sea para favorecer a un equipo específico o para jugar él mismo.
Debido a la generalizada visión intervencionista, tendemos a pensar que con legislar podemos solucionar los denominados «problemas sociales». Por tal razón tenemos tantas leyes sobre trabajo, competencia, licencias de todo tipo… Leyes, leyes, leyes y más leyes. Y esto supuestamente asesorados siempre por «expertos». Sin embargo, como expresó Henry Hazlitt, autor de La economía en una lección: «el mal economista solo ve lo que llama la atención inmediatamente; el bueno también ve más allá».
Si hoy, por ejemplo, legisláramos contra el Sol y le prohibiéramos salir sobre el territorio guatemalteco, de mañana ¡las leyes naturales seguirán operando! Ciertamente el Sol saldrá, aunque exista una ley escrita contra él. De la misma forma, cuando un congreso, cualquiera que sea, intenta legislar contra el comportamiento humano ¡las leyes económicas seguirán funcionando! Porque justamente la economía no es más que, como expresó Mises, acción humana.
Concluyendo: la solución no está en crear tantas leyes como se nos ocurra. No dudo de que estas leyes puedan estar cargadas de muy buenas intenciones, pero sus efectos recaen, primordialmente, en las personas más vulnerables de la sociedad. Si el Estado cumple su papel, el único papel ya expresado, serán los mismos ciudadanos los que «al perseguir su propio interés, fomentarán frecuentemente el de la sociedad, mucho más eficazmente que si de hecho intentasen fomentarlo». Como dijo también Adam Smith, padre de la economía: «nunca he visto muchas cosas bien hechas por quienes pretenden actuar en bien del pueblo».