Publicado: Guatemala, 8 de noviembre del 2024
¿Pueden las políticas progresistas alejar votos? Jorge Jacobs analiza los resultados de la contienda electoral en Estados Unidos.
Como pocos se lo esperaban, Donald Trump y los republicanos arrasaron en las elecciones de este martes. No fue simplemente que pasaran “raspados”, la victoria fue contundente. Desde la ventaja de más de 4 millones de votos a nivel nacional, hasta los 312 electores que seguramente obtendrá, pasando por la ganancia de 3 y quizá 4 senadores y lograr mantener la mayoría en la Cámara Baja del Congreso. La victoria ha sido tan grande que no hay lugar a dudas ni hay que esperar hasta que se cuente el último voto para declarar al ganador. A esta sí se le puede llamar una Marea Roja.
Yo no tenía tantas dudas de que fuera a ganar, puesto que, como mencioné en mi anterior artículo, las apuestas así lo indicaban desde hace varias semanas. Lo que no esperaba es que fuera por “chamarreada”. Esta es una batalla más que pierden las encuestadoras. Casi todas daban resultados más apretados, que fue uno de los factores que fomentó la incertidumbre. Tanto hablar de los estados “bisagra” para que, a la hora de la verdad, todos los ganó Trump.
De hecho, hubo un caso muy sonado de un apostador anónimo que apostó US$20 millones a que Trump ganaba y que, además, ganaría en 6 de los 7 estados pendulares. Estudió las encuestas y se dio cuenta de que no representaban bien a los votantes de Trump. Ganó el apostador, perdieron las encuestas.
La gran interrogante es por qué personas de grupos tan diversos, algunos incluso vilipendiados por Trump, votaron por él. Una buena parte, sin duda, fueron seguidores de Trump. Pero considero que eso no explica la totalidad de los votos que obtuvo el republicano. Pienso que el resto votó más en contra de los demócratas y sus políticas que a favor de Trump. En pocas palabras, se “latinoamericanizó” Estados Unidos, al grado de votar “en contra” de un candidato, en lugar de votar “por” un candidato.
Y aquí las razones pueden ser muchas, pero pienso que la más importante es la billetera. Las políticas económicas de los demócratas han sido desastrosas para el bolsillo de los estadounidenses, y eso es algo que no se puede ocultar. Lo podrán tratar de “maquillar”, pero cuando a alguien no le alcanzan sus ingresos para cubrir sus necesidades o, por lo menos, ve cómo sus ingresos paulatinamente le alcanzan para menos cosas, no necesita saber nada de teoría económica para entender que la cosa no está bien. Los demócratas olvidaron la máxima de uno de sus principales líderes: “It’s the economy, stupid!” (¡Es la economía, estúpido!). Ese fue el lema de campaña con el que Bill Clinton le ganó la elección a George Bush hace 32 años. Pero los demócratas de ahora están preocupados en mil otros temas más “intelectuales”, menos en la economía. Se ve en el resultado que obtuvieron.
Otros grupos tuvieron distintas motivaciones. Los amish (comunidad religiosa que no usa la tecnología moderna), por ejemplo, que fueron determinantes para la victoria de Trump en Pensilvania —el estado pendular más importante— salieron a votar masivamente, como nunca lo habían hecho, a raíz del hostigamiento de los burócratas gubernamentales tratándoles de imponer regulaciones que ellos no podían cumplir por sus creencias religiosas. Por otra parte, muchos católicos “independientes” se inclinaron a favor de Trump por la insistencia del tema del aborto de los demócratas y por cosas tan sencillas como el menosprecio de Kamala Harris a uno de los cardenales.
Lo cierto es que los demócratas cavaron su propia tumba al radicalizar su “progresismo” a extremos no vistos con anterioridad y que, según lo reflejan los resultados de la elección, no son del agrado de la mayoría de los estadounidenses.