Publicado: Guatemala, 11 de abril del 2025
¿Podemos seguir ignorando las señales del norte? Jorge Jacobs explica cómo si no eliminamos nuestras barreras no arancelarias las consecuencias serán devastadoras para el comercio y el empleo.
El panorama de los aranceles continúa cambiando de día en día, y en apenas una semana pasamos del anuncio del “Día de la Liberación” de Donald Trump, en el que nos pusieron un arancel del 10 por ciento, al de la “tregua arancelaria”, en el que nos quedamos igual. En términos absolutos, no cambió mayor cosa a Guatemala. Sin embargo, en términos relativos, hizo un mar de diferencia, como premonición de qué nos pasará si no hacemos nada para cumplir con las exigencias del norte.
Un ejemplo sencillo es el área de vestuario y textiles, con Vietnam. Inicialmente, le pusieron un arancel mayor, lo que volvía a los productos guatemaltecos, como por arte de magia, más competitivos. Pero fue alegrón de burro, porque ahora, nuevamente, todos estamos “igualados”.
El verdadero problema es qué va a pasar dentro de tres meses. A Guatemala le pusieron 10 por ciento porque era lo mínimo, no porque eso diera la “fórmula”. Aranceles casi no tenemos por el DR-CAFTA -aunque todavía quedan algunos- y somos de los países -los menos- con los cuales tienen uno de los términos que más ha de amar Trump: “superávit comercial”. Así que, por aquí no va la cosa.
Pero, y es un gran, pero, sí tenemos muchas “barreras no arancelarias”. Aquí destaca la discrecionalidad de la SAT, la corrupción de las aduanas y la tramitología absurda, entre otras. La oficina del representante de Comercio -USTR- lleva años quejándose de lo mismo, y nadie les ha hecho caso. Pues ahora tienen el garrote en la mano, y lo harán valer. O se le pone atención a las que consideran barreras no arancelarias, o nos atenemos a las consecuencias.
En general, las quejas de las empresas estadounidenses son muy similares a las de las empresas guatemaltecas. Es decir, esos problemas no solo les afectan a los gringos. ¡Nos afectan a todos! Así que, si los resuelven para ellos, esperamos, también los resolverán para nosotros.
Y no hay que darle muchas vueltas al asunto. No puedo siquiera comprender qué tanto tienen que “analizar” para que, solo en hacer la hoja de ruta de la negociación, se vayan a llevar la mitad de tiempo disponible -y eso que lo anunciaron antes de saber siquiera que habría una tregua-. Eso es no entender la magnitud del problema que enfrentamos. En negocios con tan poco margen, el que los vietnamitas, por ejemplo, logren que les bajen el arancel al 5 por ciento, mientras a nosotros nos lo mantengan al 10, sería suficiente para sacar a muchas empresas del mercado. O lo que es lo mismo, algunas se irían y se podrían perder miles de empleos. Y así como esas, muchas en otras ramas.
Lo peor de todo es que, por lo menos los primeros pasos, se pueden dar inmediatamente, porque son decisiones que dependen solo del Ejecutivo, y en algunos pocos casos, del Legislativo -ya vimos que, cuando quieren, en el mismo día pueden aprobar lo que sea-.
La receta es sencilla y ya la están siguiente los países que nos llevan la delantera: eliminar todos los aranceles y reducir lo más posible las barreras no arancelarias. Eso implica, como mínimo, eliminar el IVA a las importaciones -igual lo va a recibir el gobierno cuando se vendan los productos-, y todos los permisos y registros que no sean materialmente imposibles de eliminar. Para que realmente sea funcional, se debe eliminar esto para todos los países, no solo para Estados Unidos, así se puede virtualmente cerrar las aduanas, de un plumazo, y, de paso, se acaba el otro gran problema del que se quejan: la corrupción en las aduanas.
Con esos cambios, ya se estaría en una mejor posición para ir a negociar la reducción arancelaria. Si no lo hacen, que el último en salir cierre la puerta.