Publicado: Guatemala, 28 de junio del 2024
¿Más burocracia podría mejorar el país? Jorge Jacobs analiza la reciente propuesta de dividir el Ministerio de Comunicaciones en tres nuevos ministerios. Jacobs explica cómo esta medida lejos de solucionar los problemas existentes, solo incrementará la burocracia y las oportunidades para la corrupción.
El país está enfrentando muchos problemas de infraestructura. La crisis con la terminal de contenedores, la crisis de la autopista que no duró ni un año en buenas condiciones luego de que le regresó a la administración gubernamental, los serios problemas que se tienen en el aeropuerto, amén de los problemas que se tienen en muchas carreteras e incluso aquí mismo en la ciudad. Y en medio de todo ello, el ministro de Comunicaciones planteó una de las ideas más descabelladas que se le podrían haber ocurrido: convertir el ministerio de Comunicaciones en tres ministerios. ¿Qué le pasa?
Según el ministro, su cartera tiene tantas funciones que no se da abasto y entonces, hay que dividirla en tres: el ministerio de Movilidad e Infraestructura —Minmovi— encargado del transporte, de la aeronáutica civil, de las operaciones aeroportuarias y portuarias, de los edificios del Estado, de la protección, seguridad e infraestructura vial; el ministerio de Desarrollo Urbano y Vivienda —Minduvi—, responsable de la planificación y desarrollo urbano, incluida la vivienda social, y el ministerio de Telecomunicaciones —Mincoms—, dedicado a la universalización de servicios como el internet en escuelas.
Me parece que esta no solo es una idea completamente descabellada, sino que, además, se planteó en el peor momento. En lugar de estar pensando en aumentar el tamaño del gobierno, se debe buscar reducirlo —estoy claro que esta no es una idea del agrado de los actuales gobernantes—. Ya hay más que suficientes ministerios como para que ahora quieran añadir dos más.
Lo común aquí es que haya funciones redundantes entre varios ministerios. Lo que se debería buscar es eliminar, por lo menos, esas funciones redundantes, para que el gobierno pueda ser más eficiente. Con dividir un ministerio en tres, lo que se logrará es todavía más redundancia, porque no se crea usted, ni por un minuto, que lo que existe ahorita se dividirá exactamente en tres y el gobierno no crecerá. Eso es imposible que pase, porque cada nuevo ministerio seguramente tendrá viceministerios, secretarías, oficinas de comunicación, departamentos legales, oficinas técnicas, etc., por lo que, al final, quizá no se multiplique por tres la burocracia para “soportar” a los nuevos ministerios, pero de que el total de los tres ministerios, en presupuesto, en burócratas, en oficinas, en vehículos, en gastos de funcionamiento, y en casi cualquier otro parámetro que se le pueda ocurrir, será mayor que lo que se tiene actualmente, lo puedo apostar con cualquiera. Para que tengan una idea, solo en los primeros dos meses de la actual administración se incrementaron más de 17,000 nuevas plazas gubernamentales —casi el 5 por ciento del total—, y eso sin crear nuevos ministerios. Imagínese lo que crecería creándolos.
Y eso va hasta en contra de la principal promesa de campaña del presidente: la lucha contra la corrupción. Mientras más funciones, mientras más personas, mientras más presupuesto tengan los gobiernos, más oportunidades habrá para la corrupción, por mucho que los gobernantes quieran creer que la puedan combatir con buenas intenciones.
Y esta es otra muestra de lo que yo mencioné el año pasado que pasaría cuando propuse que se vaya comparando lo que sucede en la Guatemala de Bernardo Arévalo, con lo que sucede en la Argentina de Javier Milei. Allá están haciendo todo lo contrario. Milei redujo desde el primer día el número de ministerios de dieciocho a nueve —aunque por presiones del Congreso tuvo que acceder a que persistieran un par más— recortando el gasto. Eso le permitió pasar, automáticamente, de un déficit a un superávit, que ya para mayo iban en el 1 por ciento del PIB en el resultado primario del gobierno —antes del pago de intereses por deuda—. Aun si se toma en cuenta la amortización de la deuda, se tenía un superávit del 0.4 por ciento del PIB.
Mientras tanto, ¿seguiremos nosotros encaminándonos al precipicio?