Publicado: Guatemala, 2 de mayo del 2025
¿Hasta dónde corrompe el poder? Jorge Jacobs explica cómo, lejos de servir a la población, los diputados buscan ante todo perpetuar sus privilegios.
Lo han querido hacer ver como una lucha entre el bien y el mal. Por supuesto, en cada caso, ellos son los buenos y los otros, todos los demás, los malos. Pero la realidad es otra: la mayoría son parte de grupos de interés que están haciendo todo lo posible por obtener, o mantener, el acceso a la droga más potente que existe: el poder.
Ese poder que les lleva a sentirse sobre los demás y que pueden enseñorearse de sus vidas, pero, especialmente, de sus bienes. Que los lleva a creer que pueden saber más que las mismas personas lo que más le conviene a cada quien, y, por tanto, deben usar el poder para imponerles a los demás su “visión del mundo”. Pero esa droga, en última instancia, es solo la excusa para lograr su verdadero objetivo: vivir, de preferencia, muy bien, a expensas del trabajo de los demás. Y están muy claros de que, para ello, es necesario ejercer el poder. Hace casi dos siglos, Frédéric Bastiat definió claramente lo que ellos buscan: “El Estado es esa ficción por medio de la cual todos quieren vivir a expensas de todos los demás”.
Uno de los factores que hacen tan potente la droga del poder es que este es efímero. Cambia de manos constantemente y los que logran obtenerlo tratan por todos los medios de mantenerlo la mayor cantidad de tiempo posible, mientras se aprovechan de él para pasar a “mejor vida”.
Esta reflexión surge a raíz de los sucesos de este martes en el Congreso. Luego de una larga ausencia, una buena cantidad de diputados se presentaron a la sesión ordinaria —por lo menos 144—. Al parecer, casi todos iban en pie de guerra y se formaron dos grupos, uno, principalmente “oficialista”, aglutinado alrededor de la actual junta directiva (JD) y su presidente, Nery Ramos. El otro, el de “oposición”, conformado por varias bancadas.
Los oficialistas propusieron un cambio en el orden del día para incluir la reducción salarial y, lo que más les importaba, el cambio a la Ley Orgánica del Ministerio Público, para que el presidente pueda destituir fácilmente a la fiscal general. La propuesta no fue aprobada. Luego, la oposición propuso su propio cambio en el orden del día, para incluir la remoción de la secretaria de la JD por una orden de la Corte de Constitucionalidad (CC) y de una vez la elección de su sustituto, así como la elección de los tres diputados que fungirían como vocales de la Comisión Permanente del Congreso durante el período de receso que inicia el 15 de mayo. Esta propuesta sí fue aprobada, con 89 votos.
Ante la posibilidad de “perder” el control de la Comisión Permanente —si no se efectúa la elección, los tres vicepresidentes de la JD pasan a ser los vocales—, Ramos terminó la sesión con una jugarreta. Se “verificó” el quorum. Apenas tres segundos después de que se reiniciara el tablero, y cuando todavía no le había dado tiempo a los diputados a registrarse, Ramos dijo que no había quorum y cerró la sesión.
Para cualquiera queda claro que esa fue una estrategia de Ramos, ya que solo en lo que se ve en el video en ese momento, había entre 90 y cien diputados (la transmisión no enfoca todo el Congreso, así que seguramente había más). A raíz de esta “irregularidad” de Ramos fue que se dieron varios altercados, incluido el ya famoso entre dos diputadas, principalmente porque varias diputadas afines a Ramos se prestaron a ser sus “takleadoras” para que este pudiera salir del Congreso, en el mejor estilo de Muamar Gadafi o, más cercano, Joviel Acevedo.
No hay que perderse; lo que vimos en el Congreso el martes no es más que una pelea por el poder. Indistintamente de que todos quieran pintarse como los buenos y a los otros como los malos, con muy pocas y contadas excepciones, la mayoría son malos.