Publicado: Guatemala, 3 de febrero del 2025
¿Hasta dónde puede llegar la demagogia antes de chocar con la realidad? Luis Figueroa analiza la fanfarronada de Gustavo Petro y Xiomara Castro frente a las deportaciones masivas desde Estados Unidos.
Yo diría: al amanecer del 29 de junio de 1954, llegaba a su fin la tontería del presidente Árbenz y del grupo de insensatos que lo rodeaban. El gobierno de Estados Unidos, sin paciencia ya para seguir aguantando las «impertinencias» de un gobierno que creía estar al frente de una Alemania poderosa y no de una aldea muerta de hambre, cerró los ojos para que los adversarios políticos de tal régimen echaran por la borda a los insensatos, escribió Clemente Marroquín Rojas —con su estilo característico— cuando comentó el libro La batalla de Guatemala, por Guillermo Toriello.
De aquel párrafo y de las imágenes de Manuel Noriega blandiendo un machete antes de ser sacado a sombrerazos del poder en Panamá, me acordé cuando vi la bravuconada de Gustavo Petro, en el contexto de las deportaciones de sus connacionales, la semana pasada.
Como Árbenz y sus insensatos, y como Cara de Piña y su machete, el presidente de Colombia recibió una dosis de realidad como consecuencia del papelón que protagonizó al tratar de hacer demagogia con las deportaciones de inmigrantes ilegales y de criminales por parte de los Estados Unidos de América. Deportaciones que se han hecho con regularidad al ritmo de ¡12 millones en tiempos de Bill Clinton, 3.16 millones en los de Barack Obama, 3.13 millones durante la primera presidencia de Donald Trump y 4.4 millones en la presidencia de Joe Biden!
Para hacer la historia corta, Petro tuvo que doblar la cerviz y las deportaciones continuaron. El oso que estelarizó el presidente colombiano por poco le quita seriedad a la legítima indignación por la forma grosera en que los gobiernos desde Washington D. C. tratan a los ilegales que no son criminales. Rudeza que se justifica cuando lo son, pero que no tiene asidero cuando se trata de solo delincuentes por haber entrado y permanecido en los EE. UU. de forma ilegal.
Dicho lo anterior, la actriz principal de aquel vodevil fue Xiomara Castro, que convocó a una reunión cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe para enfrentar al gigante del norte. Nomás para que a su llamado solo respondieran cuatro gatos y el “cri, cri, cri” de los grillos en la noche.
De vuelta a Clemente, cuando Toriello escribió que América entera se había levantado en airada protesta contra la invasión extranjera, con su pluma afilada del periodista preguntó: ¿Dónde está esa América que se levantó en airada protesta? Grupos de gente poco práctica, de hombres que solo andan por el continente hablando de libertad, grupos de vividores de todos los tiempos y algunos cuantos faroleros, funcionarios o diputados, externaron una opinión exaltada o vaga.
En Guatemala, dos tuiteras fueron las actrices de reparto en la opereta de Petro y Castro. Una propuso organizar un bloqueo contra el gigante del norte y la otra planteó un boicot. Una cree que hay un bloqueo contra Cuba y la otra amenazó con no comprar productos gringos en el supermercado. Aquellos cuatro son como los faroleros a los que se refirió Clemente.
En este espacio no está en discusión la dignidad con la que se debe tratar a seres humanos que, sin ser criminales (aunque hayan cometido algún delito), deban ser deportados. Lo que cuestiono es la insensatez, la demagogia, el espectáculo irrisorio y lo grotesco que hubo en las reacciones del exguerrillero Petro y de la socialista Castro. Especialmente, porque las políticas colectivistas que promueven (ellos y otros) son las que hacen que la gente tenga que migrar; y porque las caravanas que organizaron sus secuaces llevaron multitudes imprudentes a cruzar el Darién y el Río Bravo.
Al final, parece que ni las fanfarronadas ni las cumbres ni los tuits lograron más que titulares efímeros y risas amargas. Quizás Petro y Castro olvidaron que en política internacional el papel aguanta todo… excepto la realidad.