Publicado: Guatemala 25 de junio del 2024
¿Es posible la esperanza en Guatemala? Carroll Rios de Rodríguez explora cómo la esperanza y la paciencia pueden ser nuestras mayores aliadas en la superación de los desafíos sociales que enfrentamos. Rios examina la importancia de los valores compartidos para potenciar el cambio en nuestro país.
Nos suele invadir la desesperanza cuando reflexionamos sobre los grandes desafíos que enfrenta Guatemala: carreteras, puertos, aeropuertos y hospitales colapsados, los niños desnutridos y sin poder asistir a clases, y las violentas maras que extorsionan a los ciudadanos trabajadores, entre otros. Lucen insuficientes las iniciativas individuales y de las asociaciones voluntarias, así como las respuestas políticas de sucesivos gobiernos.
A los liberales clásicos nos embarga la desesperanza cuando vemos la poca tracción que tienen las ideas de la libertad en las sociedades latinoamericanas. Estamos convencidos de que la libertad de mercado es necesaria para atacar muchos de los problemas socioeconómicos identificados, pero en la arena política triunfan las ideas populistas e intervencionistas. La excepción en boca de todos es el presidente Javier Milei, de Argentina, quien, ante todo, es un apasionado defensor de la escuela austríaca de economía.
Para convencer a más personas sobre las bondades de la libertad, no basta con señalar los errores intelectuales del estatismo, afirma el filósofo y economista Samuel Gregg en su reciente artículo “Reiniciando el liberalismo de mercado en una era populista”. (Law and Liberty, 20-VI-24). Los corazones no se remueven escuchando debates económicos; tenemos que visibilizar el impacto de las propuestas en un contexto social y político más amplio. Por ejemplo, en los años ochenta, el presidente de Estados Unidos Ronald Reagan evitó las prédicas eminentemente economicistas, y habló de revitalizar la nación y de frenar el deterioro social. Además, cosechó resultados: el producto interno bruto creció un promedio anual de 3.6% durante los ocho años de su gobierno. Aquella perceptible mejora en las condiciones de vida sumada a un discurso positivo y soñador es parte de la solución.
Por otra parte, casi nunca reparamos en el hecho de que la desesperanza es, en sí, un mal a enfrentar. El sentido de esperanza es clave para el desarrollo. “La esperanza es el sueño de los despiertos”, dijo Aristóteles. Con los pies en la tierra, aceptando la incertidumbre que encierra el futuro, nos aferramos a la expectativa de vencer, en buena medida, las crisis y los tropiezos. La esperanza es la virtud que nos ayuda a ser solidarios y flexibles. Es el aguijón que nos mueve a poner los medios para ingeniarnos salidas a situaciones adversas. La esperanza se hace acompañar de otra virtud importante, la paciencia. Debemos tener la capacidad de atravesar las tempestades pacientemente, sin desilusionarnos cuando las cosas no salen bien instantáneamente.
Los individuos que tienen esperanza son optimistas respecto del futuro y confían en su capacidad para mejorar sus propias vidas, demostraron los científicos sociales a cargo del laboratorio para el florecimiento humano del Instituto Archbridge. Estas personas confían más en sus compatriotas. Son más creativos, innovadores y emprendedores. Enfrentan obstáculos con más resiliencia y están motivados para aportar positivamente al entorno familiar y comunitario. Son tolerantes con quienes esgrimen opiniones distintas. En contraste, cuando tememos que el país está por implosionar, y vislumbramos un futuro inmediato negro y adverso, o desconfiamos de quienes nos rodean, entonces reinará la pasividad, la agresividad y el resentimiento.
¿Cómo hacemos los guatemaltecos para cambiar la mentalidad social pesimista y fatalista? Además de reflexionar sobre las bellezas naturales de nuestra tierra, hemos de apreciar los valores compartidos y nuestras tradiciones, y así alimentar un sentido de esperanza en nuestra capacidad para ir solventando aquellos retos que nos quitan el sueño.