El trato del Manchén

Jorge Jacobs / Empresario y periodista / Cees@cees.org.gt

Publicado: Prensa Libre/ Guatemala 14 de noviembre del 2025

¿Gobernabilidad o compra de voluntades? Jorge Jacobs explica cómo un pacto nocturno y clandestino revela que el poder en Guatemala no se disputa con ideas ni principios, sino con votos negociados, obras prometidas y un Gran Libro de Cuentas que todo lo decide.

El humo del vapeador se aferraba al aire gélido de la madrugada. Salieron a las tres de la mañana de la casona del poder, por el callejón Manchén. La ciudad seguía en silencio. La reunión empezó a las diez. La casona del poder, que de día luce formal y burocrática, adoptó un aire de clandestinidad. No llegaron comitivas, sino autos discretos. En la sala principal, el operador del inquilino no perdió tiempo con discursos. Colocó sobre la mesa el número mágico: 81 votos. Esa cifra abriría la puerta al Comité de Payasos, al paquete de proclamas y al Gran Libro de Cuentas.

Luego vino el señuelo que hizo brillar ojos: “Q50 millones en obra para cada uno de los primeros que se apunten”. No se mencionaron nombres de ministerios ni se revisó un solo plan de desarrollo; la conversación giró sobre escuelas, canchas, tramos de asfalto, plazas y clínicas que adornarían discursos en las próximas giras y cuya construcción llenaría las alforjas de los representantes.

En una esquina, dos representantes de camarillas medianas, cuyos nombres, “precio” y “exacto”, sugerían que estaban hechas la una para la otra, se miraron en silencio. En las últimas semanas se habían vendido como “bisagra” para cualquier mayoría. Habían coqueteado con la oposición y con el oficialismo. Ninguno tenía los votos suficientes sin ellos. Esa noche entendieron cuánto valía su indecisión. Si decían que sí, aseguraban fondos, fotos, inauguraciones, banderazos y quizás una reelección. Si decían que no, se arriesgaban a quedarse sin nada y con la etiqueta de “traidores a la gobernabilidad”. ¿Quién piensa en la Constitución a las once y media de la noche cuando alguien ofrece carreteras y aplausos entre whiskys?

El pacto incluyó algo más que obras. Lo primero era el control. Eso dependía de la elección del Comité de Payasos. La orden venía en otro idioma. No importa quiénes estén, pero el canchito debía presidir, remarcaron. Lo segundo era el dinero. Sin él, nadie movía un dedo en el circo. Luego, las proclamas. El paquete completo se amarró en esa mesa. Uno de los presentes lo resumió con brutal claridad: “Un comité para el orden. Una proclama para la foto, dos para mover propiedades y el Gran Libro de Cuentas para pagar todo”.

Al amanecer, el guion ya estaba escrito. Los representantes regresaron al Gran Circo, a pocas cuadras, con ojeras y carpetas. Unas horas después, el anfiteatro no parecía un espacio de deliberación, sino una obra con papeles repartidos. El Comité de Payasos, presidido por el canchito, se eligió con una mayoría holgada. Algunos representantes que, semanas atrás, criticaban al oficialismo levantaron la pezuña sin titubeo. La tarea de ese día estaba concluida. Ya podían dormir en paz.

Una semana después, tocó el turno del paquete de proclamas. La votación avanzó con una coordinación envidiable. Nadie explicó por qué esas proclamas debían avanzar juntas, salvo una razón no escrita: formaban parte del trato del Manchén.

El verdadero objetivo, sin embargo, no era solo el Comité de Payasos del Gran Circo. Era el Gran Libro de Cuentas. La negociación se hizo “pago contra entrega”. Este jueves por la mañana, los representantes leales llevaron sonrientes sus listas de obras. El operador recogió los papeles, que entregaría luego al Guardián de las Cifras, para que las prebendas quedaran ungidas en el dictamen. Esa era la verdadera razón por la que no se había autorizado todavía el dictamen. Faltaba ver a cuántos representantes se les pagaría.

Al final, el trato del Manchén se sellaría con el premio mayor: el Gran Libro de Cuentas. Pero para eso todavía faltaban unos días, en donde todo se podría caer…

Por si tiene dudas, esto es una absoluta ficción. Cualquier parecido con la realidad no es más que una inconmensurable coincidencia.