Publicado: Prensa Libre / Guatemala, 6 de Febrero 2024
El jesuita que defendió a los gobernados y su visión sigue siendo relevante
Han pasado 400 años desde la muerte de Juan de Mariana. Murió a los 88 años en Toledo, el 17 de febrero de 1624. Aparece su nombre en una modesta lápida en la Iglesia de San Ildefonso. Es una remembranza apocada, tomando en cuenta su contribución a las ciencias sociales y la historia, sobre todo a través de su obra magna Historia de España.
Uno de los aportes más relevantes de Mariana a la vida política actual es su tenaz batalla por evitar que los gobernantes abusen del poder que les delega el pueblo. Conocedor de la Biblia y de la historia, Mariana comprendía que el poder embriaga a los reyes al punto que vulneran el bienestar de sus súbditos. En su Tratado y discurso sobre la moneda de Vellón (1609), Mariana compara el poder con un nutriente que debe ingerirse en cantidad suficiente pero no excesiva. Advierte que una gestión ofensiva al pueblo conduce al eventual derrocamiento del tirano, y aconseja un manejo virtuoso del poder.
El jesuita concuerda con Aristóteles que los gobernados debemos poner límites muy claros a quienes administran la cosa pública, siendo el primero el respeto a nuestra propiedad privada. “El rey no es dueño de las posesiones privadas de sus súbditos. No ha recibido el poder de caer sobre sus casas y tierras, y de confiscar y apartar lo que desee”, escribe Mariana. Al revés, tiene el deber de proteger dichas pertenencias de la agresión externa.
El gobierno se sostiene gracias a los impuestos que pagan los gobernados, aclara Mariana. La carga tributaria jamás debe convertirse en una “apropiación indebida” tal que empobrezca a los tributarios. El contribuyente debe ser consultado antes de subir la tasa de un impuesto o promulgar un nuevo tributo. Además, el rey no puede devaluar la moneda y destruir así la riqueza ajena.
Juan de Mariana discierne que el apetito de los gobiernos por acceder a fondos crecerá: compara al erario público a un estómago que no se calma hasta que ha sido alimentado. El autor expresa alarma porque, entre 1429 y 1609, el gasto de la corona española se cuadruplicó, excediendo por mucho los ingresos recaudados.
Por ello, el sacerdote jesuita hace varias recomendaciones para ordenar el presupuesto de la nación. Primero, ruega al rey que evite cualquier intento por comprar lealtades haciendo regalos ostentosos. En segundo lugar, le pide priorizar el gasto: solamente puede invertir en compras suntuosas una vez las obras públicas han sido ejecutadas. En tercer lugar, el rey debe separar su dinero del que pertenece a los gobernados, cedido a la corona mediante el pago de los impuestos. Debe ser prudente al asignar los recursos que el pueblo tributa.
Juan de Mariana pensaba que era corrupta la práctica arraigada entre los burócratas españoles de emplear los ingresos estatales en usos personales. Propone que los reyes y nobles rindan cuentas de sus bienes y posesiones al asumir el cargo. Si mientras ejercían el poder un noble o rey amasaban grandes fortunas de forma injustificada, éstos recursos debían ser devueltos a las arcas nacionales.
Juan de Mariana es uno de los primeros autores en vincular el acceso al dinero con el poder, y en consecuencia abogar por una constitución fiscal. Aporta algo novedoso a la tradición de San Agustín, Santo Tomás de Aquino y los escolásticos. El rey es igual que todos: un ser humano caído. Y por eso es preferible un monarca creyente que se sujeta a sí mismo a los preceptos divinos y acepta límites a su poder.
Cuatro siglos después, los hambrientos gobernantes aún generan grandes déficits fiscales, requieren ampliaciones presupuestarias, y hacen inversiones en proyectos de dudoso beneficio popular. ¿Cómo está nuestra constitución fiscal?