Publicado: Guatemala, Mayo de 1978
¿Vivimos rodeados de milagros económicos? Hilary Arathooncexplora cómo el ánimo de lucro y la competencia aseguran la provisión de bienes y servicios de calidad que consumimos diariamente. Arathoon analiza cómo el intercambio libre y voluntario fomenta el bienestar común.
Según el diccionario, milagro es sinónimo de maravilla y maravilla es todo lo que causa admiración, en tal virtud, podemos decir que diariamente se realiza u opera un milagro, que si nos ponemos a pensar y meditar, no por el hecho de ser común, deja de ser milagro.
Me refiero al hecho de que diariamente encontramos gente presta y gustosa a satisfacer hasta nuestros más ínfimos deseos sin necesidad que nosotros las solicitemos o presionemos para ello; pero siempre, claro está, mediante una remuneración, la cual debe ser suficiente no sólo para cubrir los gastos y el tiempo empleados en la producción de los diversos artículos, sino que también debe rendir un beneficio al productor o proveedor, o sea que debe alcanzar para que los mismos obtengan una ganancia proporcional a su esfuerzo y su trabajo. Si los productores o proveedores dejan de obtener ganancia, no tendrán ningún aliciente para servirnos y el milagro dejará de realizarse. Por eso es indispensable que la retribución cubra no sólo los gastos, sino que también deje un beneficio que compense por la dedicación y el tiempo empleados en servirnos.
Gracias a ello es que podemos contar con los servicios del panadero, del lechero, de la tortillera, del carnicero, del verdulero, etc., los cuales desde muy de madrugada, si no desde la noche anterior, se pasan las horas en vela aprestándose para servirnos. ¿Cuál es el secreto que nos obliga a todos, no sólo a ellos, sino a nosotros también, a procurar satisfacer necesidades ajenas? Dicho secreto, o dicho factor es nuestra propia necesidad. Sólo el aguijón de la necesidad es lo que nos mueve a satisfacer las necesidades de los demás y nuestra disposición a servir a los otros estará en proporción directa al éxito que tengamos en satisfacer nuestras propias necesidades a través de dicho servicio. Todos somos egoístas en ese sentido y es natural que así lo seamos. Sólo nosotros conocemos nuestros propios requerimientos y sabemos a fondo el grado de necesidad que tenemos de satisfacerlos. Pero para poder hacerlo, debemos satisfacer antes necesidades de los demás. Es decir que es en el propio interés de todos y cada uno de nosotros, el ver que los que nos sirven no resulten defraudados.
Sería tiramos al engaño el pretender que todos, incluso nosotros mismos, no vamos a cobrar lo más posible por nuestros productos o por nuestros servicios. Tildamos a los demás de egoístas y de hambreadores, pero todos, absolutamente todos sin excepción, procuramos sacar el mayor provecho posible. Sólo hay una cosa que nos cohíbe y que nos detiene y esa cosa es la competencia. Si cobramos muy caro o pedimos demasiado por nuestras mercaderías, otro proveedor podrá venir y proporcionar el mismo servicio o la misma mercadería a un precio más bajo y nosotros dejaremos de vender. Por eso nos vemos obligados a vender nuestros servicios o mercaderías a un precio razonable que el consumidor esté dispuesto a pagar y que al mismo tiempo nos brinde una ganancia.
Cualquier éxito fácil que un vendedor pueda tener con cierto producto o mercadería, inmediatamente atraerá hacia sí la atención de otros posibles proveedores, los cuales tratarán de participar en las ganancias del primero y así se irá introduciendo la competencia, la cual irá creciendo hasta que el margen de utilidad quede reducido al mínimo. Por eso es un error creer como creen muchos que no tienen conocimiento práctico de los negocios, que las ganancias son infinitas y que pueden alcanzar para cubrir alzas masivas salariales, etc. El margen de las ganancias especialmente en artículos altamente competitivos como los de primera necesidad, es relativamente poco, generalmente alrededor de un tres por ciento o un cinco por ciento a lo sumo y no alcanza para mayores desembolsos. Por eso todos los costos de la producción son traspasados directamente al consumidor. Pretender que el productor o proveedor sacrifique su ganancia en provecho del consumidor es absurdo. Siempre habrá de haber utilidad, o si no dejarán de haber proveedores.
No podemos obligar a nadie que nos surta de tal o cual producto o artículo de consumo, si no resulta provechoso a dicha persona el hacerlo. El pretender que se nos sirva así resulta sencillamente necio. El pretender que por un edicto gubernamental vamos a lograr que se nos sirva a tal o cual precio es ilógico e irracional. La calidad del servicio estará siempre en proporción a la retribución recibida. Sólo las tierras cultivadas y abonadas, producen cosechas en abundancia. Sólo las vacas satisfechas y contentas, producen buena leche. Sólo las aves de corral bien cuidadas y alimentadas, producirán huevos en cantidad. Los productores y proveedores no difieren en nada de la tierra, ni de las aves, ni de los animales domésticos. El servicio que estén dispuestos a rendir estará siempre en proporción directa al provecho personal que dicho servicio les proporcione. Por eso no resulta el invocar la intervención estatal para alcanzarlo.
No es a través de edictos gubernamentales que vamos a obtener pan sabroso y bien horneado, ni leche fresca y cremosa, ni carnes suaves y abundantes. Tampoco lograremos a través de precios topes que los colegios privados u hospitales nos brinden un servicio adecuado y satisfactorio. Si queremos un buen servicio, habremos de pagarlo. El servicio que se nos brinde estará siempre en proporción al éxito que los proveedores obtengan en la satisfacción de sus propias necesidades a través de dicho servicio. No es coercitivamente sino a través del libre intercambio, que podemos alcanzar un servicio de acuerdo a nuestras necesidades.
De manera que si queremos que el milagro de los panes y de los peces se realice día a día, procuremos que el beneficio sea general, que el intercambio sea libre y no invoquemos la intervención estatal en beneficio nuestro y en perjuicio de los demás.