Publicado: Guatemala, 2 de julio del 2024
¿Debate o concurso de insultos? Carroll Rios de Rodríguez analiza el reciente debate entre Donald Trump y Joe Biden. Rios examina las posibles repercusiones que el futuro político de Estados Unidos podría tener para América Latina.
El debate transmitido por CNN entre el expresidente Donald Trump (republicano) y el presidente Joe Biden (demócrata), los dos principales candidatos para ocupar la presidencia de Estados Unidos durante el período del 2025-2029, fue visto por millones de personas alrededor del mundo. En muchos casos, los debates no afectan la intención de voto, pero este encuentro era significativo, dado que las encuestas mostraban una carrera en virtual empate hasta la noche del debate, el 27 de junio.
El 26 de junio, 48% de los encuestados respondió que votaría por Trump y 44% por Biden si la elección fuera hoy (The New York Times/Sienna College). Al indagar sobre su preferencia partidista, los encuestados se dividieron en tres partes iguales: demócratas, republicanos e independientes. Más de ellos votaron por Biden que por Trump en las elecciones de 2020, aunque casi el 60% opinó que la gestión de Joe Biden en estos cuatro años ha sido deficiente.
El debate fue un indigno intercambio de insultos, señalamientos y mentiras. Los dos políticos maduros parecían niños peleando a la hora de recreo e incluso presumieron sus respectivos handicaps de golf. Biden espetó que Trump era un criminal convicto y un nazi, y Trump le replicó que era el peor presidente en la historia de Estados Unidos. Biden fracasó rotundamente. Los allegados al presidente Biden confirman que durante más de seis días practicó sus respuestas a las preguntas que sabía que serían planteadas. No obstante, en ocasiones tartamudeó, fue incoherente, se paralizó o tenía la mirada perdida. Transmitió una imagen débil y una salud deteriorada.
Se comenta abiertamente que algunos de sus partidarios querían este debate temprano porque sabían que Biden perdería, y así podrían pedirle con causa que ceda su lugar a otro candidato. Aunque las elecciones primarias presidenciales del partido Demócrata ya se realizaron, su candidatura no ha sido confirmada por la Convención Nacional Demócrata. Los dos posibles sustitutos más conocidos son la actual vicepresidenta, Kamala Harris, y el gobernador de California, Gavin Newson. Los gobernadores de Illinois, Míchigan, Colorado o Pensilvania son otras alternativas.
Trump, en cambio, lucía lleno de energía, disciplinado y competente. Fue incisivo sobre la crisis migratoria de Estados Unidos, la posición del país en el comercio internacional, el manejo de las guerras y la economía doméstica.
Muchas cosas pueden pasar antes de la elección en noviembre, pero sospecho que América Latina cosechará más beneficios de otro mandato de Trump que del continuismo demócrata. La región no es prioridad para Estados Unidos en estos momentos, pues son más apremiantes los conflictos en Medio Oriente, la guerra entre Ucrania y Rusia y el creciente poderío de China, entre otros. Además, cuando los políticos estadounidenses vuelven la vista al sur, piensan ante todo en la inmigración irregular, el narcotráfico o en el voto hispano dentro de Estados Unidos.
No obstante, quizás los republicanos comprendan mejor que los demócratas que el estado de Derecho verdadero y la libertad económica elevan los niveles de vida en nuestros respectivos países, y que esta mejoría reduciría el flujo migratorio hacia su país. Los republicanos por lo menos harían el intento de contrarrestar el izquierdismo que invade al Departamento de Estado (el deep state), y darían directrices para priorizar el libre comercio por encima de ayudas condicionadas. Los republicanos difícilmente alentarían el socialismo del siglo XXI y el wokeismo en la región, y se propondrían contener, en la medida de lo posible, la injerencia de Cuba y Venezuela en la política interna de sus vecinos.