Antígona y los encierros del 2020

Luis Figueroa / Profesor universitario / roark61@gmail.com

Publicado: Guatemala, 17 de marzo del 2025

¿Es la obediencia a la ley siempre un deber moral? Luis Figueroa explica la importancia de no olvidar el costo humano, social y económico de los encierros forzados del 2020.

Etéocles y Polínices, hermanos de Antígona, se enfrentaron mortalmente. El primero recibió los ritos fúnebres de acuerdo con la tradición griega para que su alma fuera admitida en el Hades; en tanto que el cadáver del segundo fue dejado insepulto por orden de su tío, el rey Creonte, ya que Polínices había traicionado a la ciudad.

Entre los griegos antiguos, el alma de un cadáver insepulto estaba condenada a vagar por la tierra eternamente. Ese es el motivo por el cual Antígona decide no obedecer la orden del rey (la ley de los hombres) y procede a celebrar los ritos fúnebres para Polínices (de acuerdo con la ley de los dioses). Y con ese acto desata la ira real para terminar encerrada en una tumba como castigo. Aquella tragedia de Sófocles ilustra muy bien la tensión que hay entre obedecer la ley de los hombres y los intereses del Estado, y la obediencia a leyes superiores, así como atender la necesidad humana de pasar por el proceso de duelo por parte de los deudos.

Te cuento esto porque el pasado jueves se cumplieron 5 años desde que comenzaron los encierros forzados en 2020. Porque en este aniversario no deben ser olvidadas las miles de personas que tuvieron que despedir a sus seres queridos desde los muros del cementerio, o desde un teléfono… sin poder verlos. No deben ser olvidadas las personas mayores, ni los niños que murieron asustados, sin el contacto de una mano amada, en la frialdad de algún hospital. No deben ser olvidadas las personas mayores que fueron encerradas, casi como Antígona, a merced del temor y sin tener contacto con sus hijos y nietos. ¿Y los que quedaron? Muchos quedaron con sentimientos de culpa que exacerbaron desequilibrios y neuropatías.

Es cierto que había un virus; pero los encierros forzados causaron devastación emocional, social y económica en muchos niveles. Los encierros fueron un atropello que socavó pilares clave como las relaciones afectivas entre las familias, la independencia económica y nuestra capacidad para actuar de acuerdo con nuestros mejores juicios. Muchas personas perdieron sus empleos, muchos negocios cerraron y muchas inversiones se perdieron. Hay entre dos y cuatro promociones de estudiantes que pasaron de noche y por Zoom dos años importantes de su formación.

Habiendo dicho lo anterior y para que no se olviden ni la crueldad de los encierros, ni el absurdo de los mismos, ¿recuerdas lo absurdo de muchas situaciones?
Nos forzaban a llevar mascarillas cuyos poros son de mayor tamaño que el virus chino que se suponía que iban a detener. Había quienes llevaban la mascarilla forzada… debajo de la nariz, pero cumplían con el mandato. Nos obligaban a estacionar los vehículos un espacio sí y un espacio no en los parqueos.

Nos hacían pasar por termómetros que no estaban calibrados y que a veces mostraban que teníamos la temperatura propia de una rana. ¿Ya olvidaste los geles viscosos y malolientes?

Dime si no son inolvidables los pediluvios que se suponía que desinfectaban la suela de tus zapatos… contra un virus que se transmitía por el aire. Pediluvios que normalmente estaban secos (porque no tenían elemento desinfectante alguno) y además estaban indescriptiblemente sucios.

Asesinaron el transporte colectivo (porque las camionetas solo circulaban con un porcentaje bajo de ocupación), lo que llevó a las personas a adquirir automóviles y motos para movilizarse y eso multiplicó artificialmente el parque vehicular en el país.

Los niveles de temor e irascibilidad de muchas personas también se elevaron exponencialmente.

Los encierros forzados convirtieron en Pavel Morozov a todo aquel que tuviera el espíritu de un chivato ansioso por manifestarse. ¿Te acuerdas del odio que desató la chica que salió a leer en Cayalá?

¿Te acuerdas de que un día nos encerraban a las cuatro de la tarde y otro a las seis, como si el virus fuera Pedro Picapiedra que se iba del trabajo al sonar el pito?
Yo digo que no hay que olvidar a las víctimas de la “psyop” del 2020. Ni a las víctimas mortales, ni a las víctimas emocionales, ni a las víctimas económicas. Ni hay que olvidar lo fácil que fue asustar a tantos, tantos. Ni hay que olvidar los absurdos. ¿Cuáles otros recuerdas tú? Y lo peor es que no podemos decir que si aquello vuelve a ocurrir, no obedeceremos, porque ¿quién está de ánimos para ir a la carceleta del Organismo Judicial por desafiar un encierro forzado?