Publicado: Guatemala, 9 de junio del 2025
¿Puede una maestra cambiar el rumbo de una vida? Luis Figueroa rinde homenaje a doña Rebeca de Arias, una educadora ejemplar cuya exigencia, paciencia y elegancia dejaron una huella imborrable en generaciones de alumnos.
Mi letra, ahora, es medianamente legible gracias a doña Rebeca de Arias, quien, al ver cómo escribía yo cuando me conoció en cuarto grado de primaria, me puso a hacer planas. Planas de letra script.
Ya mis padres habían hecho el intento de corregir mi letra porque mi tía Baby les había aconsejado que me pusieran a hacer planas. Pero, ya sabes, querer es poder y hallé el modo de hacerme los quites. Pero a doña Rebeca, no había modo de hacerle los quites.
Doña Rebeca y Mrs. Lila Engelhardt eran las directoras del Colegio Guatemalteco Bilingüe, donde estudié del cuarto al sexto grado de primaria. Mrs. Lila nunca me dio clases, pero doña Rebeca me dio Historia y Matemáticas en el último año.
Historia siempre fue mi clase favorita, de toda la vida, así que me disfruté a los egipcios, los griegos, los romanos, la Edad Media y la Edad Moderna de la mano de aquella profesora de verdad. Eso sí, en matemáticas me iba siempre como la culpa traidora, y no estoy seguro de a quién le di más disgustos en ese campo, si a ella, o a mis pobres padres.
Ah, mis pobres padres, ¿cuántas veces fueron a la dirección del colegio porque su retoño daba batería?
Verás, doña Rebeca era una maestra de verdad. No solo porque sus clases eran buenas, en el sentido de que uno aprendía en ellas, sino porque en sus manos uno no era solo un número ni un cheque a fin de mes. Doña Rebeca era de esas maestras que ejercían el magisterio en el sentido de tener no solo los conocimientos, habilidades y competencias para ser docente e instruir, sino para ser formadora y educadora. Siempre comprensiva, siempre paciente y siempre generosa, sin descuidar la disciplina, ¡por supuesto!
Además, era una dama. Una gran señora. Si hubiera sido romana, hubiera sido patricia. En Inglaterra hubiera sido lady Rebecca, y en Guatemala llevaba el título de doña, como solo las doñas saben llevar el doña.
Fue una dicha, en mi vida, contar con guías como ella, como Mrs. Lila, y como doña María Teresa de O’Meany en otro contexto. Eran directoras ejemplares en el sentido de que eran modelos a seguir porque reunían en sus personas cualidades humanas y profesionales inspiradoras para florecer. Es cierto que a la edad de 13 años uno puede idealizar con mucha facilidad, pero estoy seguro de que promoción tras promoción de estudiantes coincidirán en que sí eran ejemplares. Mi hermana, Guisela; y mi sobrino, Luis Andrés, seguro que coinciden conmigo.
Hasta principios del siglo XXI, a doña Rebeca solía encontrarla en Super Verduras. Siempre tuvo palabras amables para mí y mi familia. Mi madre siempre le tuvo cariño y agradecimiento. Y yo también. A ella y a doña Olga (que fue mi profesora de Lenguaje y de Historia en quinto grado) tal vez les debo que, muchos años después de 1973, yo me ganara la vida con mi voz y con mi pluma. Doña Rebeca me dio el encargo de ser maestro de ceremonias en más de una ocasión, y doña Olga me dijo: Tú tienes voz de locutor.
Doña Rebeca falleció el 29 de mayo pasado y desde aquí la despido, me quito el sombrero y hasta le hago reverencia. Su legado vive en cada estudiante que formó, en cada letra que corregimos y en cada historia que contamos. ¡Gracias, doña Rebeca, por ayudarnos a ser mejores!