Publicado: Prensa Libre/ 9 de octubre del 2025
¿Y si el verdadero desastre no fuera la lluvia, sino la burocracia? Ramón Parellada denuncia cómo la corrupción, la mala ingeniería y la ausencia de mantenimiento hacen que cada invierno Guatemala se desmorone. Parellada propone devolver a la iniciativa privada la construcción y conservación de carreteras para romper el ciclo de destrucción y atraso que el Estado perpetúa año tras año.
Cada año, durante la época lluviosa, la historia se repite: Guatemala se desmorona. No es el cambio climático, sino la mala calidad de las obras de infraestructura y el pésimo o inexistente mantenimiento de estas. Por ello, las carreteras se llenan de agujeros, los puentes se caen, las montañas se derrumban, los drenajes colapsan, y todo esto causa terribles atrasos y hasta cobra valiosas vidas humanas. El gobierno está acostumbrado a reaccionar cuando los problemas ocurren y no a prevenir. En la ciudad ocurre lo mismo: malos e insuficientes drenajes que no se dan abasto porque, durante años, se dejó de ampliar la capacidad y distancia de estos, pero la ciudad sigue creciendo a un ritmo cada vez mayor.
El tema del agua y las inundaciones no es nuevo. Por experiencia propia, he vivido y trabajado en lugares que, en más de una ocasión, se han inundado debido a correntadas que entran de la calle del frente, la cual se inunda con facilidad. Las diferentes municipalidades de los distintos lugares donde esto ha ocurrido han sido incapaces de solucionar los problemas. Esto ha resultado muy costoso para quienes hemos sufrido esas inundaciones. Por más que te quejes con la municipalidad, no pasa nada. Todo sigue igual. Año tras año, lo mismo. Al parecer, la burocracia estatal es ineficiente, lenta e inútil. Primero se destruyen las carreteras y puentes, se inundan los pasos a desnivel, condominios y casas; se derrumban tramos de carretera sobre tuberías colapsadas por falta de mantenimiento, y los guatemaltecos sufren las consecuencias. Por ello, Guatemala es uno de los países donde trasladar una mercancía del Atlántico al Pacífico toma más tiempo por kilómetro recorrido que en otros países más competitivos.
Además de la dejadez e incapacidad estatal, hay una deficiencia en la educación de los ingenieros civiles en cuanto al agua pluvial. Algo está muy mal. El libramiento de Chimaltenango es un ejemplo de lo mal construidos que estaban ciertos taludes. De la misma manera, algo similar ocurrió recientemente en el kilómetro 24 de la carretera a El Salvador. Entre otros errores, los drenajes resultan insuficientes en ciertas partes de las carreteras. Por otro lado, la falta de mantenimiento preventivo anual provoca grietas por donde luego se filtra el agua y causa daños graves a la base. Algunas carreteras ni siquiera cuentan con una berma adecuada. Pero ni la pintura son capaces de mantener nítida, lo que causa muchos accidentes en áreas de mucha neblina. Todos estos problemas sumados causan atrasos costosos al país, reducen la competitividad, provocan accidentes terribles con personas lesionadas y, peor aún, fallecidas.
La solución es que el gobierno deje de hacer carreteras y que los privados se encarguen, ya sea totalmente o bien a través de algunas concesiones. No deberían existir tantas trabas a quienes deseen construir una carretera privada. Quien construye será responsable de sus propios gastos y sus ingresos a través de peajes por el uso de esta. Se eliminarían los impuestos a los combustibles. Serían responsables totalmente de mantener en buen estado sus carreteras, aunque ni hace falta decirlo, porque les conviene. En las municipalidades se debe pedir cuentas a los alcaldes y su equipo cada vez que ocurra un problema de inundación o con la infraestructura de su lugar. Deben pagar los daños causados por su negligencia y falta de mantenimiento y ampliación de drenajes.
Seguir haciendo lo mismo no resolverá los problemas; los empeorará. Cambiemos las cosas, pensemos fuera de la caja, volvamos a como se originaron históricamente: carreteras e infraestructura privada.