Publicado: Guatemala, 27 de junio del 2025
¿Tregua o transición? Jorge Jacobs explica cómo el reciente alto al fuego entre Israel e Irán no garantiza la paz mientras persista la teocracia autoritaria en Teherán.
Hace apenas dos semanas, el mundo contuvo el aliento ante el sorpresivo ataque de Israel contra las instalaciones nucleares de Irán. El fin de semana pasado fue Estados Unidos quien actuó para impedir que el régimen de los ayatolás obtenga un arma atómica capaz de borrar del mapa a Israel y, más tarde, chantajear a Occidente. Y aunque se podría haber esperado casi cualquier desenlace catastrófico, el alto al fuego llegó en un par de días y ahora ya estamos casi como si nada hubiera pasado. Pero sí pasó.
Es muy bueno que se hayan terminado los ataques. La guerra siempre cobra un gran precio, especialmente para los inocentes. Pero no nos creamos el espejismo de la paz eterna. El régimen iraní no cambió de rostro ni de propósito. Durante 45 años, esa teocracia ha financiado milicias, atentados y propaganda con el fin de expandir su revolución y acabar con los infieles. Mientras los dirigentes autocráticos de Irán conserven el poder absoluto, cualquier cese al fuego será frágil. Veo muy difícil que, de repente, se den la vuelta, dejen atrás todo por lo que han luchado por casi medio siglo y abracen a cuanto infiel se les pase por delante.
De allí que no esté convencido de que los misiles garanticen la paz. La única salida verdaderamente estable descansa en la voluntad del pueblo iraní. Las jornadas de protesta de la última década exhibieron un hartazgo profundo con la teocracia fundamentalista. Hoy, tras ver su economía hundida por sanciones y bombas, la sociedad podría dar el paso decisivo. Si los iraníes derrocan a sus opresores, el Cercano Oriente podría conocer, al fin, una paz cimentada en instituciones abiertas y comercio, no en cohetes ni clérigos armados.
Occidente debe abandonar la tibieza y apoyar de forma abierta, aunque no intervencionista, a quienes luchan por su libertad: brindar plataformas de comunicación, ofrecer refugio a disidentes, congelar los activos de los jerarcas y presionar a la Guardia Revolucionaria donde más le duele, en el bolsillo. No es fácil salir de una tiranía, especialmente de una tan larga. Los iraníes necesitan toda la ayuda que se les pueda dar.
El cese al fuego alteró de inmediato el tablero geopolítico. Redujo la prima de riesgo en los mercados. Reforzó la imagen de Estados Unidos como garante último de la seguridad israelí, un mensaje que de seguro fue oído fuertemente en Moscú y, especialmente, en Pekín —por aquello de Taiwán—. Además, devolvió a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otán) su razón de ser: la defensa colectiva de la civilización occidental frente a amenazas externas. De hecho, la cumbre de la Otán, celebrada en Bruselas justo 24 horas después de la tregua, exhibió una inusitada cohesión.
¿Qué sigue? Tres claves determinarán si el alto al fuego se convierte en un tratado duradero o en la antesala de otra conflagración: desmantelamiento verificable de las centrifugadoras iraníes; contención de las milicias aliadas de Irán —Hezbolá, Hamás, hutíes y la Yihad Islámica— y reformas internas que devuelvan al pueblo iraní sus derechos. Solo un sistema que limite el poder clerical y respete la propiedad privada y la libertad de la población puede integrarse de forma constructiva en la economía global.
Si alguna de esas piezas falla, la guerra de los 12 días solo será un prólogo. El sistema iraní actual subordina todo a la doctrina del Líder Supremo. Por eso, sostengo que la paz definitiva nacerá, no de un acuerdo militar, sino de la emancipación ciudadana. La historia nos enseña que los armisticios duraderos surgen cuando se derrumban los regímenes totalitarios, no cuando se les concede una pausa. La lucha por la libertad de Irán es, en última instancia, la condición sine qua non para que el Cercano Oriente deje de ser el epicentro de guerras que afectan a todo el planeta.