Publicado: Guatemala, 10 de junio del 2025
¿Por qué nos avergüenzan los políticos? Carroll Ríos de Rodríguez explica la importancia de un sistema político donde no importe quien gobierne no pueda infligir daño a la vida, la libertad y la propiedad de los gobernados.
¿Por qué sentimos vergüenza y desconsuelo cuando nuestros líderes políticos hablan o actúan de forma ridícula o inmoral? Son incontables las historias de políticos que abusan de las drogas y el alcohol, emplean lenguaje profano, protagonizan líos sexuales o simplemente gobiernan inefectivamente. Vienen a la mente los embarazosos deslices verbales de Nicolás Maduro de Venezuela, Gustavo Petro de Colombia y Andrés Manuel López Obrador de México. El expresidente de Estados Unidos Joseph Biden acumuló una larga lista de fiascos por su senilidad. Y ¿en qué cabeza cabe hacer público el pueril pleito entre el presidente Donald Trump y el empresario Elon Musk? ¡Ambos quedan mal parados!
Nos fastidia la deplorable conducta de los políticos porque son nuestros representantes. Sus desatinos afectan nuestra autoestima y reputación. Tras encuestar a cientos de austríacos y alemanes, los politólogos Aichholzer y Willman (2020) concluyeron que en los sistemas políticos modernos la personalidad del político es tan importante como su afiliación ideológico-partidista y su postura respecto de las políticas públicas que nos interesan. La relevancia de la personalidad aumenta con el auge del populismo, el desprestigio de la democracia y la creciente polarización ideológica. Quizás el multipartidismo propio del sistema guatemalteco también magnifica la importancia de la personalidad.
El elector promedio prefiere a un candidato que piensa y actúa como él, pero que es un mejor líder. Buscamos en nuestros candidatos rasgos asociados con el liderazgo, la ambición política y la visibilidad mediática: nos inclinamos en favor de gobernantes emocionalmente estables, asertivos y extrovertidos, abiertos y honestos. Queremos que tengan la capacidad de deliberar y ponderar sus decisiones y que puedan enfrentar la adversidad con fortaleza. Evaluar la personalidad del candidato nos permite adivinar qué hará si sale electo y cómo lo hará. Otro estudio (Nai, Maier y Vranic, 2021) refuerza esta hipótesis y agrega que los votantes tendemos a rechazar a políticos que poseen tres oscuros rasgos: el narcisismo, la psicopatía y el maquiavelismo. Desestimamos a personajes manipuladores, vanidosos, autoritarios, exhibicionistas, fríos y calculadores. Irónicamente, conforme el escenario político se vuelve cada vez más hollywoodense y sensacionalista, destacan personajes recios, como Donald Trump y Javier Milei.
En Guatemala, parecemos vivir una paradoja. El desprestigio de los políticos tradicionales y la debilidad de la oferta partidista-ideológica han llevado a los votantes a favorecer las candidaturas de aparentes novatos ajenos al juego, que lucen ser honestos y auténticos, como por ejemplo Jimmy Morales, Alejandro Giammattei y Bernardo Arévalo. La aprobación de estos presidentes cayó por los suelos cuando su desempeño defraudó nuestras expectativas idealistas. Dado que nuestro sistema nos impide castigar a los gobernantes de turno por su mal desempeño, los frustrados votantes encaramos la próxima elección general buscando al líder con la personalidad idónea, como a una aguja en el pajar. Y anticipamos una nueva decepción.
En vez de depender de un superhéroe salvador, deberíamos diseñar un sistema político que distribuya y limite el poder al punto que, sea quien sea que llegue el poder, él o ella no pueda infligir daño a la vida, la libertad y la propiedad de los gobernados. Los continuos dramas políticos deben pasar a un segundo plano. Eventualmente, deberían dominar las personalidades sabias, prudentes y eficaces sobre las personalidades carismáticas y conflictivas.