Publicado: Guatemala, 2 de junio del 2025
¿Merecen más privilegios quienes fracasan en educar? Luis Figueroa explica cómo el sistema educativo estatal, dominado por burócratas y sindicatos, no solo falla en formar a los estudiantes, sino que además exige más privilegios a costa de los tributarios.
Antes de discutir cualquier merecimiento que los maestros del sector estatal crean que tienen, todo elector, tributario y, especialmente, todo padre de familia que depende de ellos para la formación de sus hijos debe tener en cuenta el siguiente dato: solo dos de cada diez estudiantes de secundaria del sector estatal tienen las habilidades esperadas en matemáticas y escritura; y en lectura, solo tres de cada diez de aquellos estudiantes tienen las habilidades esperadas.
¿Quieres otro dato? En primaria, solo cuatro de cada diez estudiantes del sector público tienen las habilidades esperadas en lectura, escritura y matemáticas.
Dicho lo anterior, ¿qué méritos reclaman los burócratas miembros del Sindicato de Trabajadores de la Educación de Guatemala? Digo burócratas porque el Ministerio de Educación es el mayor empleador de trabajadores en toda Centroamérica (eso oí el miércoles, 28 de mayo, en Emisoras Unidas, a las 3:10 p. m.). Con excepciones honrosas —de maestros con vocación, para quienes la educación y los niños son prioridad—, lo que hay en el magisterio estatal es una costra nostra de burócratas para los cuales lo más importante es el depósito de fin de mes y cualquier privilegio que puedan conseguir por medio del pacto colectivo, a cambio de la menor cantidad de horas trabajadas al año.
Nos engañamos si creemos, de verdad, que la educación en manos de políticos y burócratas forma personas integrales, capaces de florecer en un mundo tan cambiante, ¡tan cambiante y retador! Como el que estamos viviendo.
Por lo pronto, entre 100 y 150 miembros del STEG están acampando en la Plaza de la Constitución junto a un tiradero de cruces que ya tiene años de estar ahí. El motivo inmediato es que no están conformes con el aumento del 5 % que —con dinero tomado de los tributarios— les otorgó su empleador, el Ministerio de Educación. Y, por supuesto, los sindicalistas quieren más (¡un 15 %!) y no quieren que el aumento se dé al margen del pacto colectivo que no están negociando, sino intentando imponernos a quienes pagamos los costos de sus caprichos.
Como el pacto está atorado, te recomiendo que veas el programa de Emisoras Unidas citado; ahí, el licenciado Rony Linares explicó claramente cuál es el procedimiento legal para desentrampar la discusión de aquel pacto y seguir adelante sin perjudicar a los padres de familia y a los niños que no tienen otro palo en qué ahorcarse que el sistema estatal de educación.
La administración semillera (¿todavía se le puede llamar así?) hace bien en no acceder al chantaje del sindicato. Está monitoreando 35,922 centros educativos para evaluar los efectos de las protestas. Supuestamente, hay 700 denuncias por ausencia de los trabajadores de la educación, y MINEDUC ya podría empezar a levantar las actas correspondientes para sancionar a los sindicalistas que no cumplan con el calendario escolar y la protección del interés superior de los niños.
Independientemente de todo aquello, ¿no te parece fascinante que los semilleros tengan que lidiar con el tipo de movimientos que la izquierda alcahuetea tradicionalmente? La educación controlada por políticos y burócratas, así como el sindicalismo en el sector estatal, son joyas preciosas en el estuche de monerías del lado más colectivista del espectro político.
En un mundo ideal, y esto se aplica también a los maestros en el sector privado, todo padre de familia debería conocer bien qué es lo que le están enseñando (metiendo en la cabeza) a sus hijos en la escuela o en el colegio. Debería leer sus libros y sus apuntes. Conversaría con ellos acerca de los temas y abordaría a los maestros y directores. Tal vez los odiarían en la escuela o en el colegio, pero los padres no deberían entregarles así nomás las mentes de sus hijos. No deberían entregarles sus espíritus para que los deformen, los uniformen y los aplasten. Porque, si puede ocurrir en colegios privados, ¿qué crees que sucede en las escuelas que manejan los trabajadores del STEG?