Salvar la Antigua, ¡ya es hora!

Luis Figueroa / Profesor universitario / roark61@gmail.com

Publicado: Guatemala, 5 de mayo del 2025

¿Qué pasó con la Antigua? Luis Figueroa explica cómo el sector privado puede rescatar a la ciudad colonial que una vez fue el corazón del turismo nacional.

A finales de los años 90, un amigo me llamó en Viernes Santo para preguntarme qué iba a hacer y, como le dije que nada interesante, me dijo: «Vamos a la Antigua», y en la noche agarramos camino para la ciudad virreinal. Llegamos, estacionamos y la pasamos muy bien. A finales de los 80 y principios de los 90, era costumbre ir a parrandear a la Antigua los jueves en la noche, al salir de la universidad.

A principios del siglo XXI, con un grupo de amigos, íbamos a medianoche a la Antigua a ver el paso de una procesión por el parque, también en Viernes Santo, ¿por qué? Porque el área era iluminada con velas al paso del cortejo. Llegábamos, aparcábamos y disfrutábamos del ambiente y la tradición.

En ese tiempo, no era raro que, en casa, dispusiéramos ir a cenar a nuestro restaurante favorito de la Antigua y volviéramos a tiempo para descansar en la noche.

Mi punto es que, hasta no hace mucho, era práctico ir y venir a aquel destino encantador que siempre ha estado en mi corazón; desde la primera vez que recuerdo haber ido —en primer grado de primaria— porque les pedí a mis padres que me llevaran a almorzar allá el día de mi cumpleaños.

Seguro que no lo sabes, pero a principios de los 90 tuve un restaurante llamado Luna Llena que quedaba a una cuadra de La Merced. Antes de comprarlo (con mis socios), iba de viernes a domingo casi todos los fines de semana; y luego me quedé a vivir allá. Fue una época de mucho aprendizaje, a la que le tengo cariño.

Pero poco a poco, ir a la Antigua perdió practicidad (aunque no encanto). Dejamos de ir a ver lo de las candelas porque la ciudad empezó a llenarse de gente inmunda que ensuciaba todos los espacios posibles. A ratos, en las calles parecían escucharse frases como «Nadaremos, nadaremos», de Nemo; o «Imhotep, Imhotep», de La Momia.

A eso añádele que, en un día cualquiera, no puedes hacer viaje a la Antigua si no cuentas con por lo menos hora y media para el camino y que, en un sábado, te puede llevar un mínimo de cuatro horas llegar allá. ¡Cuatro horas! Eso es lo que tomaba llegar a Cobán a finales de los años 70.

Por eso no me sorprendió leer que la Antigua perdió casi un millón de visitantes en solo dos años. Es muy triste que las estadísticas del INGUAT muestren que la ciudad virreinal pasó de atraer al 52 % del turismo local en 2023 a solo un 19 % en 2025. A duras penas está entre los cinco destinos chapines que más atraen turistas.

A mí tendrían que pagarme mucho dinero para que fuera a la Antigua en Semana Santa y —como me ocurrió hace unos meses—, si tuviera un compromiso allá, me tendría que ir con un día de anticipación para no arriesgarme a las cuatro horas mínimas de carretera.

Amo a la Antigua y disfruto mucho de dormir allá y amanecer entre sus jardines y volcanes. Es tan rico caminar en la noche por sus calles; calles que todavía conservan fascinación, siempre y cuando no haya un grupo de borrachos peleando por ahí.

Pienso que es tiempo de que el sector privado de la ciudad virreinal tome el liderazgo de su rescate. Es tiempo de que los políticos (siempre decepcionantes) y los talibanes (siempre desconectados de la realidad) se hagan a un lado. Estos dos grupos deben hacer espacio para que la empresarialidad, la innovación y la creatividad le devuelvan a la Antigua su señorío y para que ir allá no sea intolerablemente absurdo.

La antañona capital del Reino de Guatemala merece algo mejor, mucho mejor. Es hora de que la Antigua recupere su carácter y vuelva a ser el destino que enamora a todos, un lugar donde el pasado y el presente se fundan en armonía.