Publicado: Guatemala, 28 de febrero del 2025
¿Por qué seguimos atrapados en el caos vial? Jorge Jacobs analiza el colapso de la infraestructura en Guatemala.
Lo vea uno por donde lo vea, no se puede esconder que, en materia de infraestructura, estamos fregados. Las carreteras cayéndose a pedazos por todas partes, los puertos saturados a más no poder y hasta el aeropuerto, aún sin tomar en cuenta la nimiedad de los vaivenes de las gradas eléctricas y ascensores, ya va para dos años que no terminan de reparar algo tan básico y prioritario como la pista de taxeo —está tan mal que de apodo le pusieron la pista de motocross—. ¿Alguien en el gobierno se dará cuenta de la bomba de tiempo que es que los aviones aterricen y despeguen con montículos de tierra y piedras alrededor? Lo peor de todo es que no se ve luz al final del túnel. Algunos ven la llegada del Cuerpo de Ingenieros del Ejército de Estados Unidos (Usace) como una tabla de salvación, pero esa tampoco es la solución.
Ya con más de un año en el ejercicio del poder, se van acabando las posibilidades para el gobierno de echarle la culpa a los anteriores. Por supuesto que la mayoría antes que ellos también fueron un desastre, pero ahora les tocó a ellos y ni porque han tenido muchísimos más recursos que todos los otros, no han levantado cabeza y pareciera que no lo van a hacer. Ni siquiera los contratos de mantenimiento de las carreteras han podido echar a andar, y ahora dicen que tal vez para julio o agosto —justo a la mitad de la temporada lluviosa— estarán ya “funcionales”. No quiero ni imaginar lo terrorífico que será esa temporada, especialmente con la amenaza de la Niña.
Mientras tanto, la principal ruta de comercio del país, el Puerto Quetzal, está también que ya no da una. En promedio, en cualquier momento hay 30 barcos enfrente, esperando poder cargar y descargar mercadería. El costo de oportunidad de esos barcos perdiendo el tiempo miserablemente frente a las costas de Guatemala ha de ser de como USD100,000 diarios. Pero eso qué le puede importar a las autoridades.
La situación es tan crítica que una de las primeras cosas que hizo el nuevo gobierno de Estados Unidos, la administración de Donald Trump, fue acelerar el proceso, que ya se había iniciado, para involucrarse en la reparación y ampliación del puerto. Ellos parecen estar más preocupados e interesados en que Puerto Quetzal no colapse que las autoridades locales. Por supuesto que esa intención está fundamentada, no solo en su interés de tener un “plan B” con relación al canal de Panamá, sino en poder controlar una de las principales vías de tránsito de drogas hacia su país.
Sin embargo, yo estoy convencido de que la estrategia adoptada hasta ahora, basada en la intervención gubernamental es errada. Por el contrario, se debe priorizar la competencia privada en toda la infraestructura, tanto en las carreteras, como en los puertos y aeropuertos. Se debe trazar una ruta para la salida del gobierno de la propiedad, administración y operación de los puertos. Solo así se podrá salir de la ineficiencia y la corrupción que conlleva su operación por el gobierno y por los sindicatos gubernamentales.
Ante la poca posibilidad de que la actual administración tome esa ruta, la colaboración con el Usace debe ser vista como una opción mejor a la de que todo el proyecto lo efectuara el gobierno de Guatemala. Aunque esta solución es vista por algunos como una garantía de transparencia y calidad, no hay que olvidar que sigue siendo una agencia gubernamental. Además, en EE. UU. actualmente se están conociendo muchos casos de ineficiencia y corrupción en proyectos gestionados por entidades federales, incluido el ejército. Seguramente es más transparente que el gobierno de Guatemala, pero no por eso hay que bajar la guardia de la fiscalización.
¿Es esta la mejor solución? No. Lamentablemente, es la “menos peor” con el gobierno actual.