Persecusión religiosa en Nicaragua

Carroll Rios de Rodríguez / Catedrática y directora del CEES / crios@cees.org.gt

Publicado: Guatemala, 13 de agosto del 2024

¿Puede un régimen silenciar la fe de todo un pueblo? Carroll Rios de Rodríguez analiza la persecución del régimen orteguista a la Iglesia Católica. Ríos explica que, a medida que crece el poder de Ortega y Murillo, también lo hace su intolerancia hacia cualquier voz opositora.

Por quinta vez, los esposos dictadores de Nicaragua, Daniel Ortega y Rosario Murillo, expulsaron del país a sacerdotes el pasado 7 de agosto.  Esta vez fueron siete los padres que arribaron a Roma después de ser desnudados y humillados por las autoridades. Otros fueron tomados prisioneros y su paradero es incierto, según la organización de derechos humanos Nicaragua Nunca Más. La movida denota una escalada en la represión. Entre 2018 y 2023, el régimen lanzó más de 700 ataques directos contra la Iglesia Católica de Nicaragua, explica Martha Patricia Molina del Observatorio Pro Transparencia y Anticorrupción, quien lleva un registro histórico de la opresión orteguista.

Parece inverosímil que en un país vecino y con una larga tradición de religiosidad cristiana se produzca una cacería tan feroz. Según la organización Open Doors, las represalias contra los nicaragüenses de fe convierte al país en uno de los más hostiles hacia el cristianismo.

El sandinismo llegó al poder en julio de 1979 gracias al apoyo que recibió de cristianos revolucionarios. Ahora, Ortega y Murillo se enemistan con las iglesias. A los secuestros y exilios forzosos se suman el cierre de cuentas bancarias, la confiscación de bienes y propiedades y el cierre de Radio María.  Murillo acusa a los religiosos de ser servidores de satanás y terroristas.  El prudente silencio desde el Vaticano, y por parte de los sacerdotes exiliados, reflejan su afán de proteger las vidas de los religiosos y laicos que subsisten bajo condiciones precarias dentro del país. Parece que el régimen no descansará hasta ver reducida a su mínima expresión a las instituciones cristianas.

¿Qué alteró la alianza (interesada), o por lo menos la tensa convivencia, entre los religiosos y el gobierno?  La clave está en la célebre frase de Lord Acton sobre el poder absoluto. Conforme aumenta la concentración de poder en manos de los esposos dictadores, así aumenta su intolerancia hacia cualquier voz opositora, y más, a manifestaciones de una independencia de criterio. Persiguen a la prensa, las ONGs, a alcaldes y a los pueblos indígenas. El dictador quiere dominar totalmente a la opinión pública silenciando todas las fuentes informativas autónomas. Una misa o una procesión congrega a familias en torno a cuestiones ajenas al orteguismo.  Les causa suspicacia hasta una homilía centrada en el Evangelio, o un programa radial sobre la Virgen María, porque potencialmente se convierten en solapados juicios a los abusos gubernamentales.

Bien intuyó Acton que el auge del cristianismo en Europa medieval impuso límites al poder terrenal de los gobernantes, no solamente porque permitió a los gobernados contraponer unas expectativas éticas a la politiquería real, sino porque hizo conscientes a las personas de su dignidad y su libertad inherentes.

El totalitarismo inventa religiones seculares que suplantan la verdadera fe: las religiones seculares son una herramienta más en su arsenal para permanecer aferrados al poder. Se fomenta el culto personalista al dictador y al régimen a través de pancartas, programas radiales y rituales extraños. Por otra parte, el dictador se yergue como dios: busca controlar la economía, la vida social y cultural y el acontecer político. Daniel Ortega incluso ha declarado que su sucesora será la misma Rosario y luego, su hijo Lauretano. Trama una dictadura dinástica.

Los grandes perdedores son los creyentes nicaragüenses, quienes con las crecientes olas de represión se ven obligados a imitar a los primeros cristianos que llevaron su vida de piedad escondidos en las catacumbas, como ovejas sin pastor, hasta que el día que caiga el régimen.