Publicado: Guatemala, 2 de agosto del 2024
¿Resultados electorales con porcentajes matemáticamente imposibles? Jorge Jacobs analiza el fraude electoral en Venezuela. Jacobs explica cómo la manipulación de datos es tan notorio que casi ningún gobierno, con excepción de los dictadores amigos, reconocen la supuesta victoria de Maduro.
El domingo 28 de julio se llevaron a cabo las elecciones presidenciales en Venezuela. Unos días antes, entrevistamos en Libertópolis a una amiga venezolana justo antes de que partiera a Caracas para emitir su voto y trabajar en la recopilación de actas. Su entusiasmo porque ahora las cosas serían diferentes era contagioso, al grado de hacerme dudar de mi escepticismo de que el dictador, Nicolás Maduro, fuera a soltar el poder sin dar batalla. Lamentablemente, no estaba tan equivocado.
La certeza de mi amiga se basaba en que no era tan fácil cometer fraude. Aunque la votación es electrónica, tiene forma de auditarla. Cuando un ciudadano vota, lo hace en una máquina en la que selecciona el candidato de su preferencia. Esta registra el voto, pero, simultáneamente, imprime una boleta con el candidato seleccionado, la que se mete en una urna. Al cierre de la elección, la máquina imprime un acta con los resultados. Hasta aquí, el proceso se podría adulterar. Sin embargo, luego hay un proceso de auditoría, en el que se selecciona al azar algunas mesas del centro. Se sacan los votos impresos de la urna, se cuentan, y deben coincidir con las actas. Esta metodología me parece que permitiría un aceptable grado de confianza en los resultados.
Sin embargo, aún con esos controles, cuando el dictador y sus cómplices se dieron cuenta que su pérdida era apabullante, mandaron toda la apariencia de “legalidad” al carajo, confiscaron las actas, se inventaron un resultado y lo publicaron como los “datos oficiales”. Y mandaron a los militares a reprimir a quien osara dudar de los resultados “oficiales”.
Para desdicha del dictador, sus achichincles fueron tan incompetentes como él, y ni siquiera pudieron hacer un buen fraude. Uno de los procesadores de información del centro de cómputo del Consejo Nacional Electoral (CNE) se tomó una “selfie”, con todos sus compañeros, sin percatarse que se veían las computadoras en donde recopilaban los resultados, y en todas las pantallas se veía claramente que el candidato de la oposición, Edmundo González, le ganaba al dictador Maduro.
Pero la prueba más avasalladora, no solo del fraude, sino de la incompetencia de quienes lo ejecutaron, fue una sencilla verificación que hizo el economista español Juan Ramón Rallo. Utilizando los datos que el mismo CNE publicó en la conferencia de prensa donde anunciaron la supuesta victoria de Maduro, Rallo demostró que los porcentajes de los votos eran redondos (con ceros) hasta la sexta cifra decimal, lo que es poco menos que una imposibilidad matemática. Es decir, los votos que según el CNE le daban la victoria a Maduro eran exactamente el 51.20000 por ciento, los que supuestamente obtuvo González eran el 44.20000 por ciento y los que supuestamente obtuvieron los demás candidatos fue el 4.60000 por ciento. Tengo muchísimas más posibilidades yo de ganarme la lotería de los mil millones de dólares a que un resultado así se dé en una votación.
Con esos porcentajes queda claro que lo que hicieron los estúpidos creadores del fraude es escoger una cifra para cada candidato, por ejemplo, el 51.2 por ciento para Maduro y luego multiplicarla por el total de votos emitidos y poner el resultado que les dio, sin percatarse del error garrafal que cometieron.
Otra gran prueba es que la oposición recopiló copia de la mayoría de las actas, más del 80 por ciento, en donde queda claro que Maduro perdió, por mucho, la elección.
La forma como manipularon los resultados y la represión que iniciaron ante el descontento popular fueron tan notorios que casi ningún gobierno, con excepción de los dictadores amigos, reconocieron la supuesta victoria de Maduro. Aún así, se mantiene montado en su macho y seguramente no se irá mientras todavía tenga al ejército de su lado. La presión para sacarlo debe continuar.