Publicado: Guatemala, 11 de junio del 2024
¿Es la división entre derecha e izquierda un concepto obsoleto? Carroll Rios de Rodríguez explora cómo las nuevas generaciones perciben y redefinen el espectro político. Rios analiza las ventajas de un mercado auténticamente libre y los peligros de los colectivismos.
Es de viejos hablar de derechas e izquierdas, nos reprochan los jóvenes. Consideran que la Guerra Fría terminó, y que el debate entre los sistemas contrapuestos, capitalismo o socialismo, caducó.
Es comprensible que los jóvenes quieran superar un enfrentamiento entre posturas irreconciliables. Unos sugieren abolir todos los “ismos”, por considerar cualquier ideología como una falsificación de la realidad, o porque ya no hay absolutos ni verdades objetivas ni moral. Anuncian que la era de la ideología (1932-91) está muerta, y ahora privan los intereses pragmáticos u otra cosa. Los relativistas ven los juicios de valor como una especie de imperialismo cultural, sobre todo si se inspiran en valores occidentales y lucen conservadores. Otros consideran que el siglo XXI trajo nuevos “ismos” que redefinen la conversación internacional, como globalismo versus nacionalismo, o ambientalistas versus negacionistas.
La mayoría de los millennials y de la generación Z son nativos digitales, abrazan el progreso tecnológico, son cosmopolitas y tienen preocupaciones ambientales. Dichos jóvenes asimilaron el discurso de inclusión, diversidad, equidad y justicia social. Se manifiestan en redes sociales, en la plaza pública y hasta en sus patrones de consumo en el mercado. Son activistas idealistas, ya que esperan que los aparentes consensos forjados entre ellos sirvan para enterrar las pugnas históricas.
En contiendas electorales recientes, los votantes entre 18 y 24 se decantaron por Gustavo Petro en Colombia, por Lula da Silva en Brasil y por Bernardo Arévalo en Guatemala. La encuestadora Pew Center reveló recientemente que los votantes menores de 30 años favorecen a Joe Biden. Los ciudadanos mayores encasillaríamos a estas ofertas políticas como izquierda, pero quizás la juventud prefiere enfatizar en sus matices. Por lo menos en cuestiones sociales, las promesas de este estilo de candidatura cuajan mejor con sus expectativas, puesto que ellos quieren expandir los derechos sociales. Además, se inclinan por gobiernos fuertes y mercados intervenidos o mixtos.
El progresismo es similar a la “tercer vía” centrista de antaño: una alternativa conciliadora que cree poder combinar los dos polos, en pro del bienestar general. Pero, ineludiblemente, los miembros de las sociedades modernas debemos elegir entre privilegiar la libertad personal o algún tipo de proyecto colectivista. Estas soluciones híbridas suenan bien, pero ceden a los políticos el control de nuestras vidas, para que moldeen la sociedad a su antojo.
Tanto la agenda globalista como los nacionalismos pueden sacrificar al individuo en aras de una meta social. Un gobierno único mundial, como pretende ser la Organización Mundial de la Salud (OMS) con relación a las pandemias, puede ser tan tiránico como un gobierno nacional. El movimiento woke trajo consigo la cultura de cancelación, la corrección política y confrontaciones violentas que ahogan la libertad de expresión, locomoción y asociación. Usualmente las políticas ambientalistas se decantan por el control gubernamental de los recursos naturales. Estas propuestas caen en la tentación de dominar al otro. Usando este discurso, el político que ostenta el poder puede imponer a los demás aquello que considera correcto o conveniente.
Invito a las nuevas generaciones a enarbolar la bandera de la libertad y a profundizar en las ventajas que ofrece un mercado auténticamente libre para sus loables ambiciones. Es posible construir un mundo amable, fomentar la paz social, y conservar el ambiente mediante iniciativas privadas y comunitarias que no endiosen a la clase política ni pisoteen nuestros derechos básicos.