Publicado: Guatemala, 23 de abril del 2024
¿Pueden la economía y la política funcionar de forma independiente? Carroll Ríos de Rodríguez analiza la interconexión que existe entre estas dos áreas de la sociedad. Ríos analiza los peligros de ignorar la relación entre la política y la economía.
Es común conceptualizar las arenas políticas y económicas como separadas, como si la vida social fuera un circo con dos pistas. En la primera pista, unas personas se postulan a elección popular, y otros votan, pagan impuestos y demandan servicios gubernamentales. Los politólogos se aproximan a la pista política con sus herramientas: hablan de estados, poder, hegemonía y organizaciones jerárquicas. En la segunda pista, las personas producen y demandan bienes y servicios, innovan, emprenden e intercambian. Los economistas descubren allí el asombroso sistema de precios que funge como una mano invisible y facilita la creación de riqueza.
Los economistas y politólogos detectan injerencias en sus respectivas pistas. Los políticos buscan modificar la conducta de productores y consumidores mediante regulaciones, prohibiciones, impuestos, precios tope, subsidios, cuotas y otras ocurrencias. Los actores económicos incursionan en la arena política para financiar campañas electorales o solicitar legislación. Tendemos a conceptualizar estos encuentros como el choque de dos pelotas de billar. Cada colisión deja a las pelotas intactas.
El economista Richard E. Wagner plantea que es más realista entender las dos arenas como enredadas. Las dos pelotas no retienen su naturaleza tras colisionar. Estamos ante una economía política integrada que además, es cambiante y hasta turbulenta. A veces hay conflictos, a veces cooperación. En la vida real no existen economías libres de injerencia política, y los políticos no pueden vivir al margen del acontecer económico que sustenta a la administración pública. Bajo esta lupa, dejaríamos de pensar que la crisis financiera del 2008 resultó de poca o mucha legislación. El mercado financiero es un sistema enredado: los políticos alteraron la composición de los portafolios de inversión, y las instituciones financieras se protegieron de la quiebra negociando con los reguladores.
Wagner aclara el enredo comparando un desfile con la salida de los espectadores de un estadio. Los organizadores del desfile coordinan a miles de personas trazando un recorrido y la sucesión de las carrozas y de las bandas musicales. Es un sistema robótico susceptible de ser analizado desde el modelo de equilibrio, porque las partes involucradas siguen un plan conocido. La gente que abandona un estadio, en contraste, camina a diferente ritmo y se dispersa en todas direcciones. Los espectadores siguen un orden espontáneo y cooperan para llegar a sus destinos particulares. Dicho proceso es dinámico y creativo.
Cualquier promotor de políticas públicas debería partir de esta visión del enredo político y económico para anticipar el impacto real que tendrán sus decisiones sobre ambas arenas. La prohibición del consumo de alcohol en Estados Unidos entre 1920 y 1933 es un claro ejemplo de que las personas no cambian su forma de actuar robóticamente cuando otros se lo exigen, sino que se adaptan a las nuevas circunstancias. El éxito de una prohibición dependerá de las posibilidades que tengan los demás agentes para responder creativamente.
No conviene aprobar nuevas leyes con celeridad e imprudencia. Una empresa puede hacer experimentos controlados para medir científicamente la conveniencia de lanzar un nuevo producto al mercado, pero un legislador o gobernante no puede hacer tales pruebas: su iniciativa será una gota (o un torrente) más en un ambiente político-económico cambiante que detonará reacciones previstas e imprevistas entre los ciudadanos. En todo caso, convendrá moverse en la dirección de la desregulación de los mercados económicos para darles aire para florecer y crecer.