Publicado: Prensa Libre / Guatemala, 20 de Febrero 2024
¿Qué es la corrupción cognitiva?
Leí un interesante artículo publicado por el politólogo inglés Adrian Blau titulado “Hobbes on corruption” (2009). Pese a que Thomas Hobbes murió hace 345 años y comenta los acontecimientos en la Europa de su tiempo, este análisis es relevante a la discusión nacional porque resalta el hecho que, históricamente, los gobiernos benefactores o redistributivos son los que más probablemente abusan de los poderes que les conferimos.
Blau empieza por disectar el término corrupción. Solemos utilizar la palabra para señalar que una cosa pasa de su estado actual a uno peor. Para Hobbes hay seis cosas que se pueden corromper: los organismos físicos, el lenguaje, los procesos cognitivos, la moral, las constituciones sociales y la política. Incurrimos en corrupción constitucional cuando nos desviamos del buen gobierno. A juicio de Hobbes, esto sucede cuando se ensaya con sistemas políticos poco funcionales. Él adversa los sistemas “mixtos”, los cuales combinan niveles de soberanía de uno, de pocos y de muchos.
La descripción de Hobbes de la corrupción política es muy actual, pues la concibe como el manejo del poder político para fines particulares. Intuye que la corrupción cognitiva precede a la corrupción política: los apetitos, las pasiones y los razonamientos errados (procesos mentales) provocan actuaciones dañinas. Concretamente, le preocupa la corrupción política de los pueblos, los consejeros y los procesos legales. Teme que la guerra civil o la muerte del sistema son dos temibles consecuencias de la enfermedad en el cuerpo del sistema político.
Hobbes dice que el pueblo cae víctima de los agitadores que instigan rebeliones y movilizan a las masas con narrativas partidistas que, en última instancia, corrompen sus mentes. Tales provocadores alborotan los ánimos para alcanzar metas particulares y cortoplacistas, incluso cuando es posible prever que sus acciones acarrean costos para todos (incluídos los agitadores) en el largo plazo.
Los consejeros del monarca que recurren a la retórica en vez de a la razón son corruptos, subraya Hobbes. Condena los discursos incendiarios y reconoce que los consejeros y parlamentarios difícilmente pueden deponer sus intereses personales al tomar decisiones políticas. Sus palabras son duras: aún los consejeros que ocasionalmente imparten buenos consejos a sus jefes, son corruptos si sus motivaciones son perversas y se deja sobornar por sus propios intereses.
Pero lo más maligno es la corrupción de las leyes, puesto que pone en peligro las bases mismas de la mancomunidad. Si los mismos parlamentarios son quienes violan la libertad y propiedad de los gobernados, si son ellos los que nos roban y engañan, entonces hacen una burla de los acuerdos sociales que sacaron al hombre del salvaje estado de naturaleza para convivir unos con otros en paz.
En pleno siglo XXI, los guatemaltecos aprendemos de Hobbes a reconocer la relevancia de lo cognitivo: los actos corruptos se preceden de juicios distorsionados, malos razonamientos, lógicas parcializadas, mentiras, arranques pasionales y hasta de una falsa lástima por ciertos sectores sociales. Se contrapone a ello una reflexión juiciosa y una verdad objetiva que ilumina el buen camino. Esa verdad no emana de la opinión mayoritaria, ni de la voluntad de un déspota benévolo, sino que se sustenta en la razón.
El Estado debe regirse por reglas constitucionales que impidan a los gobernantes violar los derechos básicos de los gobernados, aún si sus planes redistributivos son aparentemente altruistas, porque una vez el poder político es empleado para satisfacer los fines de ciertos sectores o individuos privilegiados, nos alejamos del buen gobierno.