Iglesia y Estado
La competencia entre el poder eclesiástico y el poder político, afirma Lord Acton, es un importante logro de la civilización judeocristiana y un garante de la libertad individual. Dado que las autoridades eclesiásticas no están supeditadas al gobernante de turno, ponen límites efectivos al gobierno y amplían la esfera de la libertad individual. La política fue desacralizada cuando se delineó lo sacro como algo distinto del monarca y su poder. Gracias a esta idea, las personas, a la vez ciudadanos y fieles, son más deliberantes y exigentes respecto de su autonomía personal.