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03 de febrero, 2020

Acabamos de tener la mejor década de la historia humana. ¡Y es en serio!

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CEES

Que nadie diga que la segunda década del siglo XXI no fueron buenos tiempos. Estamos viviendo el mayor progreso en los estándares de vida humana en la historia. Por primera vez, la pobreza extrema ha caído por debajo del 10 % de la población mundial. Era el 60 % cuando yo nací. La desigualdad global se ha desplomado a medida que África y Asia han experimentado un crecimiento económico más rápido que Europa y América del Norte; la mortalidad infantil ha caído a niveles bajos, batiendo un récord en la historia; la hambruna prácticamente se ha extinguido; la malaria, la polio y las enfermedades del corazón están en declive.

Poco de esto ha sido noticia, porque las buenas noticias nunca son noticias. Pero lo he podido observar de cerca. Desde que escribí El optimista racional, en el 2010, me he enfrentado a preguntas del tipo “qué pasa con...”: ¿Qué pasa con la gran recesión, la crisis del euro, Siria, Ucrania, Donald Trump? ¿Cómo puedo decir que las cosas están mejorando, frente a todo eso? La respuesta es: porque las cosas malas suceden mientras el mundo aún mejora. Y sí mejora. Y ha mejorado en el transcurso de esta década, a un ritmo que me ha sorprendido por parecer irracionalmente positivo.

Quizás una de las predicciones menos de moda que hice hace nueve años haya sido que “la huella ecológica de la actividad humana probablemente se está reduciendo” y “nos estamos volviendo más sostenibles ―no menos― por la forma como usamos el planeta”. Es decir: nuestra población y nuestra economía crecerían, pero aprenderíamos a reducir lo que tomamos del planeta. Así se ha demostrado. Un científico del MIT, Andrew McAfee, documentó recientemente esto en un libro titulado More from Less, donde muestra cómo algunas naciones están comenzando a usar menos cosas: menos metal, menos agua, menos tierra. Y no solo en proporción a la productividad, sino menos cosas en general.

Esto no concuerda con lo que nos dice el grupo denominado Extinction Rebellion. Pero la próxima vez que oiga a sir David Attenborough decir “cualquiera que piense que puede tener un crecimiento infinito en un planeta con recursos finitos es un loco o un economista”, pregúntele: “¿Y si el crecimiento económico significara utilizar menos cosas, no más?”. Por ejemplo: una lata de bebida normal hoy contiene trece gramos de aluminio, en gran parte reciclado. En 1959 contenía ochenta y cinco gramos. Sustituir los insumos con materiales reciclados es una contribución al crecimiento económico, pero reduce los recursos consumidos para fabricar la bebida.

En cuanto a Gran Bretaña, nuestro consumo de “cosas” probablemente alcanzó su punto máximo a principios de siglo; un logro este que ha pasado casi completamente inadvertido. Pero la evidencia está ahí. En el 2011, Chris Goodall, un inversor de vehículos eléctricos, publicó una investigación en la que mostraba que el Reino Unido estaba usando ahora no relativamente menos “cosas” cada año, sino bastantes menos. Desde entonces, los acontecimientos han reivindicado su tesis. La cantidad de todos los recursos consumidos por persona en Gran Bretaña —extracción doméstica de biomasa, metales, minerales y combustibles fósiles, más importaciones menos exportaciones— disminuyó en un tercio entre el año 2000 y el 2017 de 12.5 toneladas a 8.5 toneladas. Esa es una disminución más rápida que el aumento del número de personas, lo cual significa, en general, menos recursos consumidos.

Si esto parece no tener sentido, entonces piense usted en su propia casa. Los actuales teléfonos móviles tienen el poder de cómputo de las computadoras del tamaño de una habitación en los años setenta. Yo uso el mío en lugar de una cámara, un aparato de radio, una antorcha, una brújula, un mapa, un calendario, un reloj, un reproductor de CD, un periódico y un juego de naipes. Las bombillas LED consumen aproximadamente un cuarto de la electricidad que consumen las bombillas incandescentes para proporcionar la misma luz. Los edificios modernos generalmente contienen menos acero y además es reciclado. Las oficinas todavía utilizan papel, pero usan mucho menos que antes.

Incluso en los casos en que el uso de cosas no está disminuyendo, está aumentando más lentamente de lo esperado. Por ejemplo: en la década de los setenta, los expertos pronosticaron cuánta agua consumiría el mundo en el año 2000. De hecho, ese año el uso total de la misma fue la mitad de lo previsto. No porque hubiera menos seres humanos, sino porque la capacidad inventiva del hombre permitió un riego más eficiente en la agricultura, que es la actividad en que más agua se consume.

Hasta no hace mucho, la mayoría de los economistas suponían que estas mejoras eran casi siempre en vano, debido a los efectos de rebote: si la gente recorta el costo de algo, simplemente acabará usando más de lo mismo. Haga que las bombillas consuman menos energía y la gente las dejará encendidas durante más tiempo. Esto se conoce como la paradoja de Jevons, debido al economista del siglo XIX William Stanley Jevons, que la formuló por primera vez. Pero Andrew McAfee argumenta que la paradoja de Jevons es insostenible. Suponga que en su casa cambia de bombillas incandescentes a bombillas LED y ahorra aproximadamente tres cuartos del costo en su factura de electricidad para la iluminación. Puede dejar más bombillas encendidas por más tiempo, pero seguramente no cuatro veces más.

La eficiencia en la agricultura significa que el mundo se está acercando ahora a las “cantidades máximas de tierra para cultivo”. A pesar del creciente número de personas y su demanda de más y mejores alimentos, la productividad de la agricultura está aumentando tan rápidamente que las necesidades humanas pueden ser satisfechas por una cantidad cada vez menor de tierra. En el 2012, Jesse Ausubel, de la Universidad Rockefeller, y sus colegas argumentaron que, gracias a la tecnología moderna, utilizamos un 65 % menos de tierra para producir una cantidad determinada de alimentos, en comparación con lo que ocurría hace cincuenta años. Se estima que para el 2050 un área del tamaño de la India habrá sido liberada del arado y la vaca.

La austeridad en el uso de la tierra es la razón por la que los bosques se están expandiendo, especialmente en los países ricos. En el 2006, Ausubel se dio cuenta de que ningún país razonablemente rico tenía una reserva forestal decreciente, tanto en términos de densidad de árboles como de extensión de superficie. Los animales grandes están de vuelta en abundancia en los países ricos; las poblaciones de lobos, ciervos, castores, linces, focas, águilas marinas y águilas calvas están aumentando; y hasta el número de tigres está creciendo ahora lentamente.

Quizá la estadística más llamativa es que Gran Bretaña está utilizando constantemente menos energía. John Constable, del Global Warming Policy Forum, señala que, aunque la economía del Reino Unido casi ha triplicado su tamaño desde 1970, y nuestra población ha aumentado en un 20 %, el consumo total de energía primaria en el interior ha disminuido casi un 10 %. Gran parte de esa disminución ha sucedido en los últimos años. Constable argumenta que estas no son necesariamente buenas noticias: aunque la mejora de la eficiencia energética de las bombillas, los aviones y los automóviles son parte de la historia, también significa que estamos importando más energía incorporada en los productos, ya que hemos impulsado gran parte de nuestras industrias de acero, aluminio y productos químicos en el extranjero, con algunos de los precios más altos de energía para industria en el mundo.

De hecho, todo este ahorro de energía puede causar problemas. La innovación requiere experimentos —la mayoría de los cuales fallan—. Los experimentos requieren energía. Por lo tanto, la energía barata es decisiva, ―como lo demuestra la Revolución Industrial. Por lo tanto, la energía puede ser el único recurso que una población próspera debería utilizar más. Afortunadamente, puede considerarse posible que algún día la fusión nuclear se transforme en energía minimalista, utilizando muy poco combustible y tierra.

 

Desde su inicio, los ecologistas han estado obsesionados con los recursos finitos. Los autores de los dos libros —The Limits to Growth, en América, y Blueprint for Survival, en Gran Bretaña— con que se inició la industria verde, a principios de la década de los setenta, lamentaron el inminente agotamiento de metales, minerales y combustibles. En Los límites del crecimiento se predijo que, si el crecimiento continuara, el mundo se quedaría sin oro, mercurio, plata, estaño, zinc, cobre y plomo, mucho antes del 2000. Los libros de texto escolares se hicieron pronto eco de estas afirmaciones.

 

Esto hizo que el economista Julian Simon le apostara al ecologista Paul Ehrlich que una canasta de cinco metales (elegida por Ehrlich) costaría en 1990 menos que en 1980. La Edad de Piedra no terminó por falta de piedra, dijo Simon, argumentando que encontraríamos sustitutos, si los metales escasearan. Simon ganó la apuesta fácilmente, aunque Ehrlich escribió el cheque con renuencia, sosteniendo que “lo único que nunca escaseará son los imbéciles”. Hasta el día de hoy, ninguno de esos metales ha aumentado significativamente en precio o disminuido en volumen de reservas, y mucho menos nos hemos quedado sin ellos. (Una de mis posesiones más preciadas es el premio Julian Simon, fabricado con los cinco metales, que gané en el 2012).

Una ironía moderna es que muchas políticas ecológicas defendidas ahora en realidad revertirían la tendencia a usar menos cosas. Un parque eólico requiere mucho más concreto y acero que un sistema equivalente basado en gas. La oposición ambiental a la energía nuclear ha obstaculizado el sistema de generación que necesita menos tierra, menos combustible y menos acero u hormigón por megavatio. Quemar leña en lugar de carbón en las centrales eléctricas significa la explotación de más tierra, el desalojo de más pájaros carpinteros e incluso mayores emisiones tóxicas. La agricultura orgánica utiliza más tierra que la convencional. La tecnología nos ha puesto en el camino hacia un planeta más limpio y verde. No necesitamos desviarnos en una nueva dirección. Si lo hacemos, corremos el riesgo de retrasar el progreso.

Entrando ya en la tercera década de este siglo, haré una predicción: al final, veremos menos pobreza, menos mortalidad infantil y menos tierras dedicadas a la agricultura en el mundo. Habrá más tigres, ballenas, bosques y reservas naturales. Los británicos serán más ricos y cada uno de nosotros usará menos recursos. El futuro político global puede ser incierto, pero las tendencias ambientales y tecnológicas son bastante claras y apuntan en la dirección correcta.

 

* Publicado en The Spectator y traducido del inglés al español. Por Matt Ridley, Reino Unido

Fuente orginal: https://www.spectator.co.uk/2019/12/weve-just-had-the-best-decade-in-human-history-seriously/?fbclid=IwAR23_p3Wsim2tTYzcaz4yhgiPWH91GuedSti57xAmmmK-9SMK4FUC_321jY

 

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